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martes, 14 de abril de 2015

Blackhat (Michael Mann, 2015)


Blackhat es un thriller de acción perfectamente ajustado, desde un punto de vista temático, a las características usuales de este subgénero en el cine comercial contemporáneo: una trama que pretende aparentar complejidad (aunque realmente parezca más bien incomprensible) y resultar muy espectacular (aunque peque de completa falta de verosimilitud y de simplismo), con personajes que apenas son encarnaciones de roles en las escenas de acción, diálogos esquemáticos y pobres,...

Nada de ello importa, en realidad: como es sabido, en el thriller de acción contemporáneo el argumento es antes que nada un pretexto para construir magistrales set-pieces de acción, que atraigan por su espectacularidad y por la potencia audiovisual que alcance su formalización. La película, pues, no se juega el placer que pretende proporcionar al/la espectador(a) en la coherencia de su trama, la definición de sus personajes o el interés de su temática.

En este sentido, si por algo destaca Blackhat es por combinar estas característica comunes al subgénero como el hiper-formalismo que se ha convertido en signo de identidad de todo el cine de Michael Mann. Nos hallamos, así, ante un producto eminentemente híbrido: las convenciones, fuertemente asentadas ya, propias del subgénero se intentan hibridar con los estilemas que el director ha venido elaborando y consolidando a lo largo -principalmente- de los numerosos thrillers que han constituido hasta ahora el grueso de su carrera.

Pero no parece, ciertamente, que la hibridación intentada haya producido unos resultados particularmente fructíferos. Pues el producto final, la narración, no se beneficia especialmente de dicha hibridación: tiene, sí, toda la potencia (principalmente visual) propia del subgénero. Pero nada más: las marcas de estilo del director quedan más como signos distintivos, de marca, que como elementos formales que aporten algo novedoso a la narración. En otras palabras: esta misma película, sin Michael Mann a la dirección, tendría sin duda otras características formales (y tal vez -depende de quién hubiese sido el nuevo director- podría haber estado peor dirigida); pero la narración no habría cambiado, en su sentido último, en nada.

Una buena muestra de esta irrelevancia de la aportación formal específica (personal) del director es, me parece, la curiosa relación que en la película se establece entre temática y forma. Pues, en efecto, Blackhat se presenta, desde un punto de vista argumental, como un thriller eminentemente cibernético. Y, sin embargo, lo cierto es que toda la tensión de la película se sustancia más bien en escenas (brillantes, sin duda alguna, Michael Mann ha desarrollado una gran maestría en coreografiar, en términos tanto escenográficos como visuales, este tipo de escenas) de enfrentamiento físico -¡y muy abiertamente físico!- directo entre los personajes, en exteriores, con gran cantidad de efectos especiales, extras, etc., acompañados por las llamativas evoluciones de la cámara alrededor de ellas. En mi opinión, nada como este detalle puede hacer dudar de que la labor de dirección -brillante, como digo- resulte adecuada a la materia que, se supone, es objeto de narración en la película.




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