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miércoles, 22 de abril de 2015

12 (Nikita Mijalkov, 2007)


Confieso que, cuando descubrí que 12 es una nueva versión del drama televisivo (luego obra teatral) escrito por Reginald Rose (adaptado ya al cine por Sidney Lumet en 1957), 12 angry men, ello llamó mi atención: ¿qué es lo que un director tan idiosincrásico como Nikita Mijalkov pretendía (re-)elaborar en esta nueva adaptación, en un contexto, histórico y cultural, tan diferente a los Estados Unidos de los años 50 del pasado siglo?

Después de haber visto -recientemente- la película, puedo decir que parece claro que la pretensión del director ha sido emplear la temática y, sobre todo, la estructura de la trama pergeñada por Rose para tratar temas y explorar formas completamente alejadas tanto de la obra original como de su anterior adaptación cinematográfica.

En efecto, la película de Mijalkov versa también, en apariencia, sobre las vicisitudes de un jurado que ha de pronunciar su veredicto sobre un caso capital, de asesinato. Aquí, los prejuicios racistas y de clase de los miembros del jurado norteamericano en la obra original se transmutan en xenofobia y también en racismo (contra la población chechena). Y, al cabo, también, como en la obra original, acaba por triunfar la razón frente a los prejuicios.

Hasta aquí las semejanzas. Pero sólo hasta aquí. Pues, sobre la base de esta trama, Mijalkov aprovecha para: a) introducir nuevos temas; b) añadir escenas para el lucimiento dramático de los actores (por cierto: todos -excepto algún personaje episódico- varones); y c) elaborar una formalización de la historia muy alejada de su espíritu original.

Nuevos temas. La versión original de 12 angry men constituía un ejemplo característico de la narrativa liberal de denuncia, en la que se exponen los males que aquejan al sistema social para, finalmente, apuntar a cuáles serían los caminos para combatirlos y superarlos (sin necesidad de una transformación radical, tan sólo merced a la necesaria "toma de conciencia" por parte de la ciudadanía). Por su parte, la 12 rusa de Mijalkov resulta mucho más disolvente desde el punto de vista ideológico. No necesariamente para bien: de una parte, es cierto, desaparece de la historia la ingenua confianza en que la buena voluntad ciudadana puede disolver las estructuras de poder que obstaculizan, que impiden la existencia de justicia real. Y, sin embargo, de otra, el mensaje implícito parece ser que únicamente una "acción decisiva" por parte de héroes dispuestos a apartarse de la sociedad y jugarse el todo por el todo, sin atender a consideraciones morales, podría dar lugar al cambio necesario. Algo que, evidentemente, recuerda más al pensamiento nihilista (y a un pensador tan nihilista como lo era, en el plano político, Carl Schmitt) que a cualquier perspectiva progresista acerca de la realidad social: la justicia no existe, parece decirse, tan sólo el poder, y la fuerza como medio para alcanzarlo.

Nuevas escenas. Si algo llama la atención particularmente en 12, es precisamente el notable modo en que traiciona el espíritu de la obra de la que parte, al sacrificar abierta y plenamente la concentración y condensación dramática de ésta. Introduciendo, de una parte, flashbacks explicativos y una suerte (leve y poco trabajada) de montaje en paralelo (entre lo que ocurre dentro de la sala de deliberaciones y lo que pasa en la celda donde el acusado espera). Pero, de otra, principalmente expandiendo las escenas de lucimiento interpretativo de los actores protagonistas (que ya existían, al menos, en la versión de Lumet, pero), que ahora se convierten no sólo en escenas de diálogo o monólogo, sino en escenas de acción física, en muchas ocasiones. De este modo, esta introducción de la fisicidad en un espacio en principio tan formalizado como es el de la deliberación del jurado en un juicio penal hace cobrar a la película un tono un tanto farsesco: todas las bromas, juegos, ademanes, etc. de los personajes parecen un tanto fuera de lugar en el seno de la trama; antes recursos dramáticos para convertirla en una trama (más) expresiva, que alcance connotaciones más allá de los hechos que se muestran (en coherencia con la pretensión aparentemente política del director al realizar la adaptación), que exigencias de su desarrollo. (Por supuesto, soy consciente de que esta observación está completamente condicionada por mi perspectiva cultural: como ciudadano europeo occidental, como jurista, percibo como muy exageradas muchas de tales escenas. Y, por consiguiente, como paródicas...)

Todo lo anterior, unido al estilo visual que el director impone a la película (claramente tendente hacia el efectismo y la ampulosidad visuales), hace que el resultado final sea una narración profundamente descompensada, descentrada: exageradamente retórica desde el punto de vista formal y, en ese sentido, molesta para el "buen gusto" cinematográfico que compartimos. Hay que decir, no obstante, que -al menos, a este espectador- queda siempre la sospecha de si ese descentramiento, esa carencia de equilibrio estético (conforme a los cánones dominantes), no constituirán, en realidad, bazas intencionadamente buscadas por el director, para hacer valer, con mayor intensidad, los mensajes temáticos (acerca de la justicia, de su imposibilidad, de la condición humana, de la crudísima situación de la sociedad rusa de la época, etc.) que pretende lanzar de manera más prominente, con la excusa de esta adaptación de una obra que, en realidad, funciona únicamente como soporte de inquietudes radicalmente distintas de las que la inspiraron. Y es justamente esta posibilidad la que hace que ver una película como 12, y reflexionar en torno a la experiencia (a las intenciones, las intertextualidades, los desajustes, los efectos retóricos así alcanzados...), pueda ser verdaderamente tan fascinante...




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