Nightcrawler constituye una vibrante (y, también, un punto demasiado evidente) sátira, acerca de las condiciones psico-sociales que hacen posible eso que se ha dado en llamar "emprendedores": personas que detectan un nicho de mercado y son capaces de ocuparlo y de obtener en él el máximo de rentabilidad a su esfuerzo y a su inversión.
Aquí, se trata de explotar el negocio de las imágenes sensacionalistas en los programas -sedicentemente- informativos de sucesos de los canales menos prestigiosos de las televisiones locales (pero, al menos en España, también de las de ámbito nacional). En este sentido, la película se une a otras muchas que han puesto de manifiesto los extremos de degradación moral a los que se puede llegar en busca de "la noticia": esto es, de una imagen impactante (hecha casi siempre de sangre, de violencia, de sexo, de morbo), que atraiga la atención de l@s espectador@s y, consiguientemente, las ansias comerciales de publicitarios y programadores.
Lo que viene añadir a dicha denuncia Nightcrawler es un retrato despiadado (y también caricaturesco) de su personaje protagonista: Lou Bloom (Jake Gyllenhaal), un individuo ambicioso, perfectamente entregado a la ideología del "emprendimiento" y la persecución de su ambición de ascenso social; y, para ello, carente de cualquier capacidad de empatía o de escrúpulos morales, recubriendo estas repugnantes características detrás de una cháchara vacua tomada de la retórica de las escuelas de negocios.
Puede reprocharse, me parece, a Nightcrawler su voluntad manifiesta de extremar hasta lo caricaturesco su retrato. Con los riesgos que ello conlleva: ciertamente, la caricatura resalta siempre ciertos rasgos de la realidad, para volverlos más prominentes a simple vista. Aquí, la esencial amoralidad de lo que se suele presentar como "éxito" social, así como la hipocresía que se ejerce cuando se disfraza como cultura o información lo que es puro mercadeo con el morbo y manipulación de emociones primarias.
A cambio, la caricatura suele perder de vista, con demasiada frecuencia, los complejos perfiles de lo real. En este caso, caracterizar al protagonista de Nightcrawler como un verdadero y llamativo sociópata sirve para ocultar el hecho de que, en la práctica, la abrumadora mayoría de esos "emprendedores" son personas perfectamente normales desde un punto de vista psicológico. Y de que la abrumadora mayoría de ellos no llega tan lejos como lo hace Lou Bloom (¡hasta el punto de orquestar homicidios, para filmarlos en directo!). Pero sí lo suficiente como para el mecanismo (aquí, de la mercantilización de las imágenes, de la información y de las emociones) funcione.
Así, lo que Nightcrawler gana en mordiente satírico lo pierde, a mi entender, en justeza de su retraso social.
Ello, no obstante, en nada desmerece el hecho de que nos hallemos ante una película lo suficientemente cáustica en cuanto a sus contenidos, y compuesta desde el punto de vista audiovisual de modo muy atrayente, con claras referencias toda una corriente formalista existente en el cine comercial contemporáneo (algunos críticos han señalado a Michael Mann como el padrino de la misma), a la hora de retratar en términos visualmente fascinadores (mediante el manejo de la composición de los planos, de la iluminación y del montaje) el aspecto más siniestro -¡ese fantasma de la inseguridad que suele atenezarnos!- de la noche urbana. Que merece, sin duda alguna, ser contemplada y disfrutada con atención. (¿Disfrutada? Valga la paradoja: justamente, que el/la espectador(a) de películas como ésta, pretendidamente de denuncia, disfruta realmente con la contemplación de la maldad que se describe, desde su cómodo asiento...)