Desde mi punto de vista (que, obviamente, no es el de cualquier espectador(a), sino el de uno muy particular, profesional del Derecho Penal), existen dos maneras diferentes de contemplar una película como End of watch, las dos válidas e interesantes, aunque cada una conduzca en un sentido diferente -y aun contrario- a la hora de valorarla.
Así, por una parte, desde una perspectiva principalmente estética, End of watch constituye un ejemplo (otro más), pero relativamente fallido, de una cierta tendencia en el cine contemporáneo a intentar aprovechar las formas propias de la televisión (en concreto: las del reportaje televisivo, las del docudrama y las del found-footage y las del reality-show) para mostrar de un modo más enfático, y pretendidamente más vívido y "realista" (sea lo que sea que esto signifique), aquellos fragmentos de historia que se quieren narrar. Aquí, David Ayer apuesta por construir una suerte de mockumentary (falso documental), que el policía Brian Taylor (Jake Gyllenhaal) estaría elaborando para un proyecto suyo personal, a través del cual podemos ir contemplando las vicisitudes de la vida profesional (y, en parte, personal) de los dos protagonistas, patrulleros que operan en el conflictivo barrio de South Central (Los Angeles).
De este modo, en términos audiovisuales, la película está compuesta por imágenes que ostentosamente ponen de relieve su (falsa) naturaleza de planos "de aficionado", que (fingen que) no respetan las reglas básicas sobre la composición del encuadre, la distancia focal y la estabilidad de la imagen. Se pretende así sumergir a l@s espectador@s en la vorágine de la "vida en la calle", del trabajo policial a pie de obra: proporcionarle una sensación de vorágine.
Hay que decir, sin embargo, que dicho objetivo resulta, como decía, relativamente fallido. Y ello, porque parece en verdad ingenuo esperar que un(a) espectador(a) tan avezad@ en los trucos formales y estilemas del medio audiovisual como lo es el/la contemporáne@ vaya a caer en dicha fascinación por unas formas que, en realidad, hemos vista ya una y mil veces. En otras palabras: el teóricamente agudizado sentimiento de realidad, que las imágenes deberían transmitir, nos suena a hueco, a retórica; no parece creíble.
Ello, no obstante, no significa que el alarde formal resulte inútil. Antes al contrario: le sirve al director para huir del amaneramiento, que amenaza siempre a las manifestaciones contemporáneas de cualquier género clásico. Y, desde luego, de forma muy particular (¡los ejemplos en las carteleras son prácticamente incontables !), al género criminal, en cualquiera de sus variedades. Así, End of watch es la narración, bastante contenida, de una historia (presentada como) realista: con imágenes muy apegadas a mostrar a los personajes y sus acciones "desde cerca", retratando su cotidianidad. Aunque alardee de ello un poco de más. Pero -y ello es importante- sin ulteriores pretensiones de construir una gran tragedia, un gran retrato social, un gran espectáculo de acción, un gran...; pretensiones que suelen atenazar y ahogar a buena parte de las muestras contemporáneas del género.
Hasta aquí, las cuestiones estéticas. Si, ahora, se me permite que -por razones profesionales- me gire hacia la historia narrada, señalaré que lo que End of watch viene a mostrarnos, en este aspecto, es una visión realista y nada tramposa de uno de los dilemas que condicionan las estrategias de control social en la ciudad contemporánea. (Ciudad que, es sabido, está universalmente atravesada -aun con matices importantes, dependiendo de los casos- por líneas de conflicto étnico, cultural, de clase, de género, etc.) En efecto, la conclusión que al cabo es dable extraer de la historia es la dificultad, si no completa imposibilidad, de una praxis policial "normal" (esa que suele acogerse a la favorecedora etiqueta de "policía de proximidad") que resulte eficaz como dispositivo de control social en entornos urbanos en los que los conflictos referidos resulten completamente abiertos. El fracaso -y la ingenuidad- de Brian y de Mike (Michael Peña) estriba precisamente en intentar ser policías "normales" en un medio que no permite dicha forma de actuación. Lo que la película nos cuenta es justamente cómo, en realidad, dicho intento resulta imposible.
Por supuesto, esto abre un debate del mayor interés. No tanto -aunque también- para quienes apostamos por reducir el control social coercitivo y sustituirlo, en la medida de lo posible, por acciones de mitigación del conflicto (atendiendo tanto a sus síntomas como, sobre todo, a sus raíces). Sino principalmente para quienes (desde posiciones de poder político, generalmente) apuestan por estrategias de control principalmente policiales: ¿hasta dónde es dado llegar, en la militarización de la policía, y del conflicto, para lograr los objetivos de control perseguidos? Y, lo que tal vez resulte aún más importante, ¿cuándo la praxis policial altamente militarizada comienza a ser verdaderamente contraproducente para los objetivos teóricamente perseguidos por las autoridades políticas, de asegurar el control de la desviación social en dichos entornos conflictivos? Porque, sin duda alguna (como, al menos en principio, los teóricos de la contrainsurgencia vienen reconociendo claramente ya desde hace décadas), llega un punto en el que la eficacia estrictamente represiva, militar, entra en contradicción con los objetivos políticos (de dominación) de dicha praxis.
Dilemas de la política policial, en el marco de sociedades injustas y repletas de conflictos en torno a las relaciones de dominación. Dilemas que una película como End of watch ayudan (y es éste un mérito no desdeñable de la película, porque desgraciadamente no es frecuente en el cine criminal contemporáneo) a suscitar y a debatir.