Parte de una película colectiva (Las cuatro verdades/ Les quatre vérités, junto con Alessandro Blasetti, René Clair y Hervé Bromberger), este episodio está líbremente inspirado en una fábula de Jean de la Fontaine, La mort et le bûcheron, que dice así:
"Un pauvre Bûcheron tout couvert de ramée,
Sous le faix du fagot aussi bien que des ans
Gémissant et courbé marchait à pas pesants,
Et tâchait de gagner sa chaumine enfumée.
Enfin, n'en pouvant plus d'effort et de douleur,
Il met bas son fagot, il songe à son malheur.
Quel plaisir a-t-il eu depuis qu'il est au monde ?
En est-il un plus pauvre en la machine ronde ?
Point de pain quelquefois, et jamais de repos.
Sa femme, ses enfants, les soldats, les impôts,
Le créancier, et la corvée
Lui font d'un malheureux la peinture achevée.
Il appelle la mort, elle vient sans tarder,
Lui demande ce qu'il faut faire
C'est, dit-il, afin de m'aider
A recharger ce bois ; tu ne tarderas guère.
Le trépas vient tout guérir ;
Mais ne bougeons d'où nous sommes.
Plutôt souffrir que mourir,
C'est la
devise des hommes."
Es decir, en principio, debería ser un cántico en torno a la miseria de la existencia humana y, sin embargo, nuestra reluctancia a abandonarla, nuestra voluntad inextinguible de supervivencia.
Pero, en manos de Luis G. Berlanga, y de su guionista, Rafael Azcona, la fábula de base y su mensaje se convierten en el punto de partida de una narración en clave de comedia negra, en torno a la crueldad de una sociedad clasista e injusta y la absoluta falta de caridad y de solidaridad de individuos y grupos sociales, individualistas, egoístas y atrapados por sus propias obsesiones (por la de sobrevivir, pero también por la de aparentar o creer ser alguien), a pesar de que repitan una y otra vez las retórica (cristiana, caritativa, patriótica, etc.) al uso.
Con una trama derivativa (en la que, en realidad, no hay principio ni fin, sino que la narración claramente sugiere que todo era antes igual y todo seguirá siendo así... de injusto y de cruel con sus protagonistas), que se inspira claramente, para dotarse de trabazón, en la anécdota de Ladri di biciclette (Vittorio de Sica, 1948), la película, va siguiendo, a través de largos planos, las vicisitudes de su protagonista, el Rubio (Hardy Krüger). Realizando en el transcurso un acidísimo retrato de una España miserable, sometida e indecente. En la que la autoridad es un recurso para abusar de l@s ciudadan@s, la pobreza y la insolidaridad son moneda común y la indiferencia y burla hacia el sufrimiento ajeno campan a sus anchas.
En medio, hallaremos también escenas notables y excéntricas, como aquella nocturna en la que el Rubio dialoga en la feria con una mujer (Ana Casares), o el momento en el que el organillo del Rubio es remolcado por un coche fúnebre, en cuyo pescante una niña se dirige, cantando, a un concurso de "nuevos talentos" (!!!).
Todo ello añade extrañeza a la historia, que evoluciona de manera harto sugestiva desde la -aparente- comedia inicial hasta el drama social... acabando (en el espíritu de la fábula de Lafontaine que la inspira) con un tinte trágico y desesperanzado: nada tiene remedio, todo seguirá así... y los seres humanos seguiremos aceptándolo, porque deseamos demasiado seguir viviendo.
Una pequeña joyita, pues, revulsiva desde un punto de vista ideológico y fascinante en el plano narrativo (debido a la cantidad y complejidad de las capas en las que la narración se envuelve).
Pero, en manos de Luis G. Berlanga, y de su guionista, Rafael Azcona, la fábula de base y su mensaje se convierten en el punto de partida de una narración en clave de comedia negra, en torno a la crueldad de una sociedad clasista e injusta y la absoluta falta de caridad y de solidaridad de individuos y grupos sociales, individualistas, egoístas y atrapados por sus propias obsesiones (por la de sobrevivir, pero también por la de aparentar o creer ser alguien), a pesar de que repitan una y otra vez las retórica (cristiana, caritativa, patriótica, etc.) al uso.
Con una trama derivativa (en la que, en realidad, no hay principio ni fin, sino que la narración claramente sugiere que todo era antes igual y todo seguirá siendo así... de injusto y de cruel con sus protagonistas), que se inspira claramente, para dotarse de trabazón, en la anécdota de Ladri di biciclette (Vittorio de Sica, 1948), la película, va siguiendo, a través de largos planos, las vicisitudes de su protagonista, el Rubio (Hardy Krüger). Realizando en el transcurso un acidísimo retrato de una España miserable, sometida e indecente. En la que la autoridad es un recurso para abusar de l@s ciudadan@s, la pobreza y la insolidaridad son moneda común y la indiferencia y burla hacia el sufrimiento ajeno campan a sus anchas.
En medio, hallaremos también escenas notables y excéntricas, como aquella nocturna en la que el Rubio dialoga en la feria con una mujer (Ana Casares), o el momento en el que el organillo del Rubio es remolcado por un coche fúnebre, en cuyo pescante una niña se dirige, cantando, a un concurso de "nuevos talentos" (!!!).
Todo ello añade extrañeza a la historia, que evoluciona de manera harto sugestiva desde la -aparente- comedia inicial hasta el drama social... acabando (en el espíritu de la fábula de Lafontaine que la inspira) con un tinte trágico y desesperanzado: nada tiene remedio, todo seguirá así... y los seres humanos seguiremos aceptándolo, porque deseamos demasiado seguir viviendo.
Una pequeña joyita, pues, revulsiva desde un punto de vista ideológico y fascinante en el plano narrativo (debido a la cantidad y complejidad de las capas en las que la narración se envuelve).