X

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

lunes, 28 de julio de 2014

Another year (Mike Leigh, 2010)


¿Quién, hallándose en una situación social más o menos acomodada, no ha comentado alguna vez críticamente -con otr@s como él- lo mal que un(a) amig@ organiza su vida (en el plano laboral, sexual, social, etc.) y lo que "debería hacer" para cambiar, y parecerse más a un@ mism@? Yo lo he hecho, desde luego, y más de una vez.

Another year versa, en realidad, más que sobre la "dificultad para ser feliz" (aparente macguffin de la trama, respecto del que en realidad la película nada tiene que decir -pues realmente no hay nada que decir), acerca del poder: de ese poder (cargado siempre con evidentes perfiles de clase y de género -y también de etnia, aunque no en esta historia) que se ejerce, por dentro de las sociedades, de las interacciones sociales cotidianas. Ese poder que ejercemos cada un@ de quienes ostentamos una posición, dentro de la estructura social, que nos permite gobernar, en alguna medida, la vida de l@s demás. Lo hacemos, más evidentemente (como Michel Foucault tematizó y estudió) profesor@s, personal sanitario, psicólog@s, trabajador@s sociales,... Pero, en realidad, también lo ejercemos, fuera de nuestro ámbito profesional, cada vez que proponemos e imponemos nuestro modelo de vida (considerado "aceptable", "sensato", etc.) a quienes no pueden o no quieren seguirlo. O les castigamos, si no lo intentan, si no lo logran.

Ello es, precisamente, lo que ocurre en Another year. No es casualidad que la narración de la película pase por encima de las personalidades de Tom (Jim Broadbent) y de Gerri (Ruth Sheen), esa pareja acomodada y "modélica", y se aproxime tan sólo superficialmente a su relación y a su vida. Pues ocurre que, en realidad, ambos personajes son tan sólo, en el marco de la historia, meras máscaras: en el doble sentido, de encarnaciones del modelo de "vida buena" que se considera que debería ser seguido, o buscado, por cada personaje; y de herramienta represiva, para infundir pavor a los réprobos, segregarles y marginarles.

Justamente, a lo que se dedican Tom y Gerri (ejemplos excelsos del ejercicio del poder social a través de eso que Herbert Marcuse describía  como la "tolerancia represiva"), a lo largo de toda la historia: a promover su modelo de vida buena (del que desconocemos si existe realmente y -más aún- si resulta tan deseable), a presionar a quienes les rodean para que lo adopten (tienen éxito con su hijo -Oliver Maltman-, mas no con el resto de los personajes) y, en el caso de que no lo hagan, a segregarles y apartarles (haciéndoles sentir, por supuesto, que son ell@s l@s culpables en realidad).

Hay que admirar la capacidad de Mike Leigh para partir de una trama de apariencia banal (costumbrista) y ser capaz, sobre su base, de construir una historia que retrata descarnadamente las relaciones de poder micro-social, en las que las personas se ven baqueteadas y sometidas en su entorno más íntimo (sentimientos, relaciones sexuales, interacciones personales, relaciones familiares). Apartándose así de la estética simplista del "realismo social".

Para ello, recurre el director -como es habitual en él- a una elaborada construcción dramática, en la que las interpretaciones e interacciones entre los actores resultan fundamentales. La cámara, entonces, se dedica a seleccionar aquellos encuadres que resulten particularmente significativos, para las facetas de la historia que el director desea destacar: esos planos que enfatizan el dolor y la desorientación de los personajes "débiles" y sometidos (diferentes, en suma), los de Mary (Lesley Manville), Ken (Peter Wight), Ronnie (David Bradley) o Carl (Martin Savage).

Aproximándose así al espíritu melodramático, pero sin permitir en ningún caso que la retórica fluya explícitamente. Permitiendo, pues, que la crudeza de las relaciones de poder permanezca palpable (no oculta, pues, por la retórica sentimental), e incómoda, para el/a espectador(a). (Especialmente, para es@ espectador(a) que -como es mi caso, y el de much@s de quienes siguen el cine del director- seguramente incurrimos, un día sí y otro también, en similares excesos en el ejercicio de nuestro poder, sin apenas darnos cuenta.)




Más publicaciones: