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sábado, 5 de abril de 2014

Nymphomaniac (Lars von Trier, 2013)


Después de ver, finalmente, las dos partes en las que se ha dividido Nymphomaniac a los efectos de su exhibición en salas cinematográficas, se confirma la sospecha de que (como no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta quién es y cómo es Lars von Trier) la parafernalia publicitaria en torno a una pretendida película erótica, cargada de escenas sexualmente "fuertes" no era eso, nada más que publicidad.

A cambio, el director nos ofrece otro ejemplo más de su cine más característico: un cuento moralista, y notablemente agrio, acerca de la predominante animalidad del ser humano, incapaz en el fondo de emanar otra cosa que puros deseos, que sólo la hipocresía vendría a ocultar, hasta cierto punto (pues, en el fondo, se trataría de una hipocresía bien fácil desnudar).

Para ello, recurre otra vez a unas imágenes que pretenden ante todo resultar impactantes para el/a espectador(a). Aquí, que giran alrededor del sexo y de la degradación. Otra vez.

Nada nuevo, pues, en realidad: fascinará a l@s tradicionales admirador@s del director. Molestará a sus detractor@s. Y, a l@s demás (entre quienes me cuento yo), nos confirmará que estamos ante un cine empapado de retórica: de una retórica de la explicitud, para ser más exacto. Que pretende hacer valer como cualidad estética la capacidad para representarlo (pretendidamente) todo.

Confieso mi indiferencia (no irritación, tan sólo indiferencia) hacia semejantes presupuestos estéticos. En todo caso, y dado que, cuando uno va a ver una película de Von Trier ya sabe -más o menos- lo que le espera, deseo limitarme a destacar más bien dos rasgos peculiares de Nymphomaniac que han llamado mi atención.

El primero es la obsesiva necesidad de puntuar la narración con comentarios: de los propios personajes (de Joe -Charlotte Gainsbourg- con Seligman -Stellan Skarsgard), pero también del narrador, a través de inserciones constantes de símbolos, intertículos, frases escritas insertadas al modo de los cómics, etc. Que explican y enfatizan lo que está ocurriendo en pantalla. O, en ocasiones, lo ponen en cuestión, con ironía.

Por supuesto, es posible ver en ello un usual guiño de ironía posmoderna, en relación con el pretendido drama que la película nos narra. En todo caso, me parece que tal ironía (o, en otro caso, tal reiteración) se compadece mal con las pretensiones "profundas" que el director proclama una y otra vez (dentro y fuera de las pantallas de cine)...

En este mismo sentido, resulta también notorio el uso y abuso de la técnica del inserto, a través del montaje, de planos de detalle, para llamar la atención del/a espectador/a sobre elementos de la escena que están siendo descritos, al tiempo, de forma verbal, y a los que el director pretende dotar de especial énfasis.

Otra vez, mi pregunta es si dicho esfuerzo retórico en explicitud rinde resultados fructíferos desde el punto de vista estético, proporcionando alguna suerte de revelación temática y/o de belleza formal específica. En mi opinión, cabe dudarlo.

Así, mi impresión personal global es que -como en tantas otras ocasiones- Lars von Trier intenta llevarnos demasiado de la mano, hacia su pretendidamente truculenta y profunda conclusión existencial. Conclusión que yo pienso que resulta banal. Y, en todo caso, aun cuando no lo fuese, tampoco toleraría fácilmente que se me impusiese, con tan malas formas (cinematográficas).




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