No seré yo quien, a estas alturas, pretenda descubrir esta obra maestra de la historia del cine. Tan sólo deseo por ello, después de volver a verla, recuperar su fascinación, y recomendarla.
No resulta, en efecto, fácil hallar otros ejemplos tan puros de una narración cinematográfica volcada de un modo absolutamente predominante hacia lo puramente emocional. Porque son casi exclusivamente las emociones (unas emociones retratadas -al modo romántico- como telúricas, irracionales e imposibles de domeñar) las que mueven a los personajes protagonistas, en su trayectoria a través del amour fou: el miedo de Nanon (Joan Crawford) al cuerpo, a la sexualidad y a la agresividad masculinas; el esfuerzo "castrador" de Alonzo (Lon Chaney), al amputarse los brazos que parecen -erróneamente, como luego se comprobará- impedir que el deseo de Nanon se focalice en él; o su vengativa reacción, también "castradora," en contra de su rival triunfador (Nick de Ruiz).
Porque resulta obvio que la narración pretende provocar también emociones muy específicas (escándalo, repugnancia, fascinación, horror) en l@s espectador@s que la contemplen. Valiéndose para ello no tanto de la puesta en forma audiovisual (no particularmente llamativa, por lo que hace a la composición de sus planos o del montaje) como de la sordidez y alusiones simbólicas de la historia narrada.
Y porque la forma cinematográfica silente se presta -como ya he analizado en otro lugar- espléndidamente a este ejercicio de manipulación emocional, al trabajar con la persistencia de la figura del personaje en el plano (más que con sus acciones, o con los diálogos) para lograr el efecto buscado.
Una historia de resonancias románticas (y siniestras), pues, magníficamente narrada, que logra lo que busca: evocar, inquietar. Permanecer en el recuerdo.
Puede verse la película completa aquí: