Ya al poco de comenzar a ver Breaking bad me vino a la cabeza (tal vez porque hacía poco que había vuelto a ver El pisito -Marco Ferreri/ Isidoro M. Ferry, 1959) que lo que narraba la serie tenía bastante, o mucho, que ver con el tono y con el contenido de las historias que ha ido construyendo -como novelista y como guionista- y aportando al cine español ese maestro de la comedia social de humor negro que fue Rafael Azcona. Ahora, después de ver la serie completa, me reafirmo en mi idea: Breaking bad no sería en realidad, según esto, otra cosa que un (hinchado) ejercicio de retórica en torno al género de la comedia de humor negro.
La comedia social de humor negro es, en suma, una narración que versa en torno a las vicisitudes ridículas de personas ridículas (y a partir de ambos datos fluye la comicidad). Pero que lo son -de ahí el humor negro- no por sus propias cualidades, sino sobre todo por la mala suerte: por el lugar en el que el destino les ha colocado. Se trata, pues, de una comedia que se ríe de las desgracias de pobres personas. Pero que se ríe de ellas poniendo claramente de manifiesto (estribando aquí la diferencia con otras subespecies, moralmente despreciables, de género cómico: el humor sexista, racista, sobre personas discapacitadas, etc.) que su ridiculez no corre de su cuenta, no es su culpa, sino que obedece a factores externos, que los personajes no pueden controlar en ningún caso; que en realidad nadie podría ser capaz de controlar.
Sustitúyase "destino" (en El pisito, en Breaking bad) por sociedad injusta y desigual, con relaciones de dominación; por capitalismo. Y tendremos justamente una comedia (de humor negro) social: el marco sociohistórico que hace posible, y explicable (¿y disculpable?), la actuación de Walter White (Bryan Cranston) o de Rodolfo (José Luis López Vázquez). Y que, al tiempo, vuelve inevitable que sus denodados (¿e inmorales?) esfuerzos por ascender en la escala social por cualquier medio imaginable a su disposición hayan de resultarnos ridículos: pero, ¿cuándo no han sido objeto de mofa -por parte de las clases dominantes- los arribistas? Y que, en último extremo, acaben en ambos casos por fracasar: porque se habrán autodestruido en el trayecto y porque su esfuerzo de supervivencia y ascenso obtiene resultados que, en el fondo, resultan ínfimos.
La pobre gente no triunfa nunca, en una estructura social desigual e injusta, se nos viene a decir. Y, cuando lo hace (cuando cree estar haciéndolo), se engaña: no sólo resulta ridícula, sino que su ascenso es efímero, nimio.
La comedia de humor negro, en suma, nos muestra, en términos narrativos, cómo la movilidad social individual (el ensueño ideológico del self-made man), cuando no forma parte de un proceso social más amplio, no existe realmente. (Hecho que, por cierto, en general confirman los estudios sociológicos.)
Más aún: el esfuerzo por ascender socialmente, además de inútil, revela su carácter (ideológico y, por ello) engañoso: generador de ilusiones. Pensemos en Walter White: sólo cuando es capaz de contemplarse a sí mismo, en raros momentos, como un "gran personaje del negocio de la droga", se siente "vivo"; esto es, no un sujeto sometido, dominado, humillado,... lo que en verdad es, casi todo el tiempo, aun cuando participe -como atribulado y humilde peón- en la actividad de tráfico de drogas. De este modo, intentar ascender es, parece, vivir la vida por delegación: dejarse seducir por la ilusión de ser otro; un otro que nunca llega a existir, en realidad, si no en las torturadas mentes de quienes ya no soportan más afrontar la humillación y la miseria -moral, cuando menos- de sentirse dominados.
Pienso que son estas cuestiones (sociales, políticas) las que verdaderamente evoca con fuerza una comedia de humor negro como Breaking bad. En comparación con ellas, los dilemas y ambigüedades de carácter moral a las que se enfrentan los personajes, a pesar de resultar más explícitos en la narración, parecen casi insustanciales: ¿qué interés puede tener, para quien no padezca de ansiedades moralizantes (o sea un guardián del aparato ideológico de los poderes sociales, en favor de los cuales la "moralidad colectiva" actúan como herramienta de control social), la cuestión de si traficar con drogas es una decisión moralmente buena o mala, cuando se vive en un entorno en el que -en la parte "respetable" de la sociedad- se triunfa a base de explotar y de dominar al prójimo? En fin: si Breaking bad tan sólo hablase de moralidad, yo recomendaría, mejor, volver a releer Prestupléniye i nakazániye (= Crimen y castigo), y no perder el tiempo viéndola.
Acabo refiriéndome a la hinchazón retórica que caracteriza a la serie. Comparar las comedias de humor negro que escribió Rafael Azcona con Breaking bad puede parecer un ejercicio ejemplar de "comparación odiosa", dada la distancia (histórica, espacial, social, ideológica, estética) tanto entre los productos artísticos como entre sus creadores. Y, sin embargo, me parece que dicha comparación permite poner el dedo sobre uno de los problemas de la serie televisiva: su voluntad manifiesta de adular al/a espectador(a). Todo en Breaking bad tiene que ser espectacular (recurriendo para ello a toda suerte de efectismos visuales), expresamente irónico... y epatante. (Y, por supuesto, como ocurre siempre con productos comerciales, también ha de resultar divertido: de ahí la inserción del tratamiento cómico dentro de una convencional trama criminal.) Porque se supone que el/a espectador(a) de la serie es alguien que se tiene por inteligente y "cultivado", a quien hay que seducir confirmando esa buena imagen que posee de sí mismo. Y marcando, así, la diferencia respecto del público, "vulgar", de la televisión "popular".
De este modo, las pobres gentes que ocupan los papeles protagónicos en Breaking bad son contemplados con un (al menos para mí, irritante) aire de superioridad, por parte de sus creadores y -es de esperar- de l@s espectador@s. Falta, pues, ternura, a mi entender: no sensiblería (la sujeción a la dominación social no tiene nada de belleza para quienes la soportan), sino respeto, hacia los personajes (ese respeto y dignidad que, en cambio, Azcona supo proporcionarles, pese a toda su ridiculez).