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domingo, 9 de febrero de 2014

American hustle (David O. Russell, 2013)


En las películas de David O. Russell nos parece, casi siempre, que tenemos la capacidad de observar a los personajes "desde fuera": no se fuerza, en efecto (cuando menos, no hasta el último extremo), la identificación del/a espectador(a), sino que una combinación de dramatización tendente a la retórica de lo farsesco con una puesta en forma audiovisual muy específica producen este efecto de (relativo) distanciamiento. Relativo: en el universo de las películas del director, los personajes son vistos con distancia, sí, pero también con simpatía y, aunque no se oculten sus limitaciones y defectos, nunca aparecen ridiculizados.

Todo es, en realidad, una cuestión de forma. Si, como ocurre, la cámara compone planos y lleva a cabo movimientos que están en ambos casos dirigidos a observar cuidadosamente volúmenes, colores y formas geométricas; si el seguimiento visual de los personajes, enredados en sus acciones y diálogos banales (¡no para ellos!), los muestra, a causa del modo de construir los planos y de la distancia que existe entre la cámara y el actor o actriz, principalmente como cuerpos que se agitan y gesticulan. Entonces, lo que l@s espectador@s acabamos por contemplar es una suerte de teatro de guiñoles: distanciados, sí; mas nunca despreciables ni ínfimos. (Y aquí estriba una de las grandes virtudes de su cine.)

Todo ello, para narrarnos, una vez más (como en Three kings, como en The fighter, como en Silver Linings Playbook), las tribulaciones de unos personajes atrapados: que han de apañárselas para sobrevivir, manejándose y manejando a otr@s, con el fin de lograr que las estructuras sociales no les atrapen. Unas estructuras sociales que aparecen, otra vez, como esencialmente amenazadoras: bambalinas plenas de falsedad, en las que resulta ineludible actuar, pero que amenazan siempre con desplomarse sobre quien peque de incauto y confíe en su solidez.

La ironía está, así, servida (en virtud de la puesta en forma de Russell -que no por el argumento mismo): tal vez los personajes de sus películas sean auténticos freaks. Pero, si lo son, ello en verdad es debido a que no se resignan a aceptar un rol de meros monigotes: porque pretenden navegar por las procelosas aguas de las estructuras sociales (engañosas, opresivas, generadoras de infelicidad) manteniendo el control y persiguiendo, pese a todo, la felicidad.

Una felicidad huidiza, evanescente; acaso mítica, como el director se encarga de sugerir, con el distanciado tratamiento audiovisual que otorga a su busca. Pero, pese a todo, un objetivo, la felicidad, siempre perseguido con ahínco. Aunque perseguido a través de procedimientos que se revelan, en su alambicamiento, más como verdaderas fantasías (de (auto-)control y de éxito) que otra cosa. Justamente, en esta desaforada conjunción, estriba la ironía.

En American hustle, la trama gira -en apariencia- en torno a estafadores, corrupción política, policías con delirios de grandeza y (nuevamente) familias y parejas "disfuncionales". Y, de nuevo, por tratamiento dramático y por interpretación actoral, la película se aproxima al género cómico. Sin embargo, es fácil tener la sensación de que realmente no importa mucho el tema (como acaso tampoco importasen, anteriormente, la guerra de Irak, el boxeo y el trastorno bipolar), ya que parece más bien un marco (dramático) en el que desarrollar otra historia más de personajes atrapados que intentan escapar, y creen haberlo conseguido. Como lo es también pensar que, más que ante una verdadera comedia, nos hallamos ante un drama hondamente reprimido, pero perceptible, en el fondo (¿y no lo son siempre, en realidad, todas las grandes comedias de la historia?).




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