La banalidad y el Angst existencial adolescente (esa inquietud acerca de cómo ubicarse en una sociedad que, en el fondo, para el/la adolescente, sigue siendo aún perfectamente extraña y ajena) presentan manifestaciones distintas, a tenor de los códigos culturales de cada momento histórico-social: de las rebeldías que dieron paso a la poesía de Rimbaud a las melancolías de la derrota en las películas de Philippe Garrel, existe toda una tradición de ansiedad "noble"; considerada creativa, comprensible, "progresista", porque se vincula a las inquietudes intelectuales y políticas consideradas más "nobles"... Sofia Coppola misma retrató algo que se le asemejaba -sólo se le asemejaba- en su primera película, The virgin suicides.
Pero, por supuesto, existen otras formas de expresar banalidad y angustia: más "frívolas" (si adoptamos un tono -inconvenientemente- moralista para contemplarlas), apegadas a otras formas de vida comunitaria que se tienen por menos "respetables", como el chismorreo, la admiración por los personajes públicos y la ansiedad de estatus y de adquirir bienes posicionales (aquellos cuyo valor procede, precisamente, de su extraordinaria escasez y de la capacidad para señalar estatus).
En The bling ring, Sofia Coppola encara el examen de un caso concreto -y extraño- de esta forma de manifestación de las ansiedades adolescentes: jóvenes procedentes de familias acomodadas (pero -como se encarga de poner de manifiesto, tal vez en demasía, la narración- completamente desintegradas) que encuentran su nicho, el lugar en el que pueden sentirse "especiales", en la persecución implacable de personajillos famosos, del universo de la frivolidad, el espectáculo y el mercadeo con la propia intimidad, y en la persecución de los objetos que les pertenecen, de consumo y lujo.
La película se construye con un tono intencionadamente "aséptico", empleando algunos de los recursos propios del falso documental (entrevistas a cámara, etc.). Y ello no es casual, sino que obedece al esfuerzo de la directora por abstenerse, en la medida de lo posible, de juzgar a sus personajes. De intentar limitarse a dejar que los personajes se expliquen: más por sus acciones que por sus palabras. (Puesto que, precisamente, una de las características de los mismos es su casi nula capacidad para la reflexión. Tan atrapados se hallan por la ansiedad de integrarse, como "triunfadores", en esa sociedad, hostil, que tienen ante sí. Y, debido a ello, tan incapaces de imaginar siquiera alguna alternativa...)
No obstante, esa abstención de juicio, como señalaba, sólo se consigue en parte, pues la directora no puede evitar introducir ciertos apuntes (banales también, propios del más barato comentario seudo-sociológico), acerca de la familia como fuente de los problemas de identidad, del uso y abuso de internet y de las redes sociales como forma sustitutiva de socialización, o -en un malicioso giro final- del delito banal como camino hacia la fama (también banal).
En el fondo, sin embargo, no nos han de importar tanto estas (seudo-)explicaciones. Lo que ha de quedar, en cambio, como un retrato inquietante, es esta narración de lo que sucede o puede suceder cuando a los sujetos se les priva de la capacidad para imaginar. Porque, en efecto, lo que podemos ver, ante todo, en estos personajes es a individuos ansiosos, sí, pero también encadenados: a un presente social gris, en el que están abocados, por la estructura social en la que sus familias se integran, a convertirse ineluctablemente en nuevos eslabones de la cadena de producción; y frente a lo cual se rebelan. Eso sí, con una rebelión notoriamente impotente: precisamente, por su incapacidad para imaginar siquiera una verdadera revolución. Tal es la verdadera inquietud, y tristeza, de esta narración.
(Se ha señalado, y es cierto, que esta película puede llegar constituir un auténtico díptico, sobre ciertas ansiedades juveniles contemporáneas, con Spring breakers (Harmony Korine, 2012), pese a que los personajes de esta otra película, así como el tono de su puesta en imágenes, sean tan diferentes...)