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martes, 15 de octubre de 2013

L'éxercice de l'État (Pierre Schoeller, 2011)


Ahora que (con buenas razones) se ponen tanto en cuestión los modos por los que transita habitualmente la política en los regímenes demoliberales contemporáneos, necesitamos cada vez más imperiosamente investigaciones que profundicen en cómo tiene lugar realmente dicha praxis política. (Porque lo más usual es -incluyendo en muchos movimientos y opiniones que se pretenden de izquierdas- el tópico carente de fundamento, el insulto y la descalificación gruesa, así como la ignorancia más completa de la realidad -que sólo es percibida en sus efectos, mas pocas veces en sus causas y características propias.) Necesitamos, desde luego, investigaciones científicas, sociológicas y politicológicas. Pero también investigaciones artísticas: que intenten penetrar -como sólo el arte puede hacerlo- en la fenomenología (diversa, compleja, individualizada) del comportamiento de los agentes del sistema político.

En este sentido, L'éxercice de l'État constituye un intento valioso para iniciar dicha profundización. Es verdad que resulta, pese a todo, algo limitado, insuficiente: un cierto exceso de efectismo en algunas escenas, una necesidad del director de emplear imágenes cargadas de un pretendido simbolismo (como desconfiando de que, de otra manera, el/a espectador(a) fuese capaz de aprehender todo lo que se está narrando)... No, evidentemente, no estamos ante "la película definitiva" -si es que tal cosa puede llegar a existir- sobre el universo de la política ordinaria en los regímenes demoliberales.

Pese a ello, sin embargo, creo que de las imágenes de la película no dejan de narrar de manera efectiva algo que, me parece, resulta esencial comprender cuando hablamos de la política y de l@s polític@s: resulta notable la combinación de frivolidad, gestión de lo público, superficialidad, intereses personales en el ascenso social, creencias y necesidad de obtener/ preservar un prestigio, una combinación que aparece patente en todo momento en el comportamiento de Bertrand (un espléndido Olivier Gourmet, que, con su interpretación, es capaz de transmitir perfectamente la ambigüedad del personaje), ese ministro oscilante entre la fidelidad a sí mismo y a sus ideas, las exigencias de su carrera política y las circunstancias que le van arrastrando.

Y es que pienso que, en efecto, es esa fatal ambigüedad de la tarea del/a polític@ profesional, en el modo en que dicha profesión funciona en los regímenes políticos demoliberales, lo que explica la dificultad para asir adecuadamente lo que ocurre en la política institucional (y para cambiarlo). Sabemos, sí, que no nos gusta, sabemos que los resultados son, en general, malos. Y proponemos cambiar tales resultados, sin ser capaces casi nunca de explicitar la manera. O quedándonos en meras -e inútiles- condenas moralistas; o en propuestas regeneracionistas ("mejores polític@s"), como si bastase con la voluntad para cambiar algo a fondo. Otras veces, proponemos cambiar el sistema político al completo. Pero, mientras tanto, tenemos graves dificultades para proponer cambios significativos de alcance meramente intermedio. Sugiero que ello algo tiene que ver con el carácter un tanto "líquido" -por emplear un término de moda- que posee el papel (y las motivaciones, y las dinámicas de acción) de la política institucional en esta clase de sistemas políticos.

Por lo demás, la película parece contraponer a lo vaporoso de la práctica política de Betrand la solidez de criterios acerca de lo público de su más cercano colaborador, Gilles (Michel Blanc), al cabo derrotado. Aquí creo que es donde la película pierde pie, desde el punto de vista político. Pues es posible que, frente a la banalidad del político de partido más común, podamos simpatizar con los "altos funcionarios" apegados a una idea (sesgada) de "bien común". Pero no deberíamos tomarnos al pie de la legra esta ideología, que no deja de ocultar unos (otros) intereses. Porque lo que, desde luego, falta en todo caso en la película es cualquier referencia mínimamente seria a la conexión entre la política y la oligarquía social (la clase capitalista).

De todas formas, con estas limitaciones de análisis y con sus defectos formales (que ya he señalado antes), creo que es una película que obliga a pensar. Sobre un tema que, como apuntaba al principio, aún necesita ser pensado (muy especialmente, desde la izquierda).


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