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viernes, 11 de octubre de 2013

La herida (Fernando Franco, 2013)


Me pregunto, al ver La herida, por qué su director ha adoptado dos decisiones formales que no lo son sólo: ha optado por una composición en planos-secuencia extremadamente cerrados, que enmarcan todo el tiempo -es difícil encontrar excepciones- el cuerpo y/o el rostro de la protagonista (Marian Álvarez) casi en exclusiva; y ha optado también por emplear una textura visual mucho más rugosa de lo usual, de manera que en varias ocasiones se tiene la impresión de que (conforme a las convenciones usuales en el cine narrativo) nos hallamos ante alguna suerte de found footage, o -quizá, más bien- de cámara oculta.

Y me parece, en efecto, que ambas opciones formales constituyen, más aún que las decisiones relativas al guión (se ha destacado, en efecto, con razón que se prescinde en él de cualquier explicación, que -como ha declarado explícitamente Fernando Franco- se ha preferido dejar las interpretaciones a la elaboración de l@s espectador@s), el verdadero núcleo de la significación que acaba poseyendo esta narración. Pues lo cierto es que -sobre todo- la forma de componer y de (no) montar los planos, pero también la textura visual de los mismos, tienden a producir el efecto (en un/a espectador(a) entrenad@ en la interpretación convencional del cine narrativo convencional) de forzar la identificación con las experiencias (emocionales, principalmente) de la protagonista. Unas experiencias que son presentadas (¡el grano de la imagen!) como ineludiblemente reales, no como representaciones.

La cuestión, por supuesto, es si, en tanto que espectador@s, podemos y debemos aceptar la emboscada: si podemos y debemos esforzarnos en aceptar, primero, y en comprender después, el nivel de ansiedad y la incapacidad para controlarla que Ana, la protagonista, parece soportar en todo momento. A falta de explicaciones plausibles (el que se trate de un trastorno psicológico es algo que puede intuirse, pero que no aparece explícitamente en la película), uno tiende, casi inevitablemente, a buscar una interpretación de este nivel de ansiedad y de dicha incapacidad en las circunstancias que rodean a su vida. Pero, si uno se toma en serio la tarea (esto es, si no incurre en un psicologismo de baratillo), difícilmente encontrará tal explicación: porque Ana no es una adolescente "problemática", sino una persona adulta, y porque parece que en su vida no ocurre nada excepcional, nada que justifique tanta ansiedad.

Al cabo, La herida termina por ser, de este modo, más bien la narración de un enigma: el enigma, no resuelto, de una personalidad conflictiva. Cuestión distinta es que tal enigma tenga, para el/a espectador(a) algún interés, algo que cabe dudar, excepto para quien tenga al cine por una terapia sustitutiva.

Nos ahorramos, eso sí, los sermones y explicaciones simplistas, casi inevitables si se tratase de una película más convencional. También los mensajes optimistas injustificados. A cambio, lo único que podemos sacar en claro de la película es algo que, por lo demás, ya deberíamos saber: que hay gente a nuestro alrededor que sufre muchísimo. ¿Es suficiente rendimiento, para una película narrativa? Yo diría que no: yo diría que algo más, alguna mayor penetración en el trasfondo, psicológico y sociológico, hubiese sido deseable e interesante.

Es, no obstante, la carga de un cine tan "fenomenológico" como el que Fernando Franco ensaya: la opción por encerrar la narración -tanto en el plano de la trama como en el visual- en el espacio que, dolorosamente, transita el cuerpo de Ana conlleva, casi inevitablemente, el coste de no decirnos (casi) nada en verdad sobre ella y sobre lo que es y sufre. La revelación está, pues, en todo momento ausente, y ello -a mi entender, claro- es de lamentar.


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