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jueves, 19 de septiembre de 2013

La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo, 2013)


Hay en La gran familia española una -para mí, al menos- evidente contradicción, o tal vez dos: entre fondo y forma, de una parte; y, entrados ya en la forma, entre su construcción dramática y la praxis (interpretativa, esencialmente, aunque no sólo) plasmada en sus imágenes. Y es en dichas contradicciones donde es posible hallar tanto los mejores valores como, también, las incapacidades de la película.

En efecto, si nos concentrásemos exclusivamente en el nivel de los contenidos, de la historia narrada, lo que encontraremos será la enésima digresión sobre los valores familiares, sus contradicciones y dificultades y, pese a todo, la necesidad de preservarlos. Todo ello, servido además con una perspectiva casi exclusivamente masculina. (No es baladí que el cuerpo del personaje de la madre, uno de los motores dramáticos de la trama, permanezca durante toda la película fuera de la narración, tan sólo evocado a través de los diálogos... de los varones.) Es decir, lo que podemos contemplar es una historia complaciente, conservadora (de un conservadurismo blando, por supuesto -se trata de una comedia y, además, no están los tiempos para exaltaciones arrebatadas de una unidad familiar sin fisuras-, pero conservadurismo evidente, al fin y al cabo) y más bien sexista.

Este contenido temático enlaza, de forma estrecha, con la cuestión de la forma adoptada en la construcción dramática de la narración. Y es que su director y guionista opta por elaborar un guión en el que, finalmente, todas las líneas argumentales quedan cerradas con un desenlace (en el más clásico sentido) definitivo: un desenlace explicativo (que recapitula cuanto acabamos de ver y nos propone una interpretación sobre ello) y complaciente (en forma de tradicional happy end). Esta opción en la construcción dramática, según me parece, no es en absoluto casual, sino que, antes al contrario, se corresponde muy estrechamente con el sentido ideológico que se pretende otorgar a la narración: la clausura, en términos dramáticos, del guión tiene la función de atribuir un determinado sentido, una determinada interpretación, a las muy libres imágenes que antes hemos podido contemplar y disfrutar.

¿En qué, entonces, se distancia esta película de tantas otras comedias (cinematográficas o televisivas -no debe de ser casualidad que Antena 3 participe en la producción...), españolas o norteamericanas, de temática -y enfoque ideológico- semejante, y la vuelve más disfrutable? En mi opinión, en la ya mencionada discordancia del fondo, y de la construcción dramática de la trama, con su puesta en imágenes. Y es que resulta en extremo evidente, para bien, que Daniel Sánchez Arévalo ha aprendido las lecciones de la "new American comedy". Y que, por ello, permite que sus personajes (vale decir, sus actores y actrices) tengan espacio suficiente para manifestarse, a través de unas interpretaciones dejadas en libertad, y a las que la cámara acompaña. Y que, igualmente, rellena el guión (hasta su complaciente conclusión) de situaciones farsescas, brillantemente presentadas desde el punto de vista visual (no sólo por la forma de componer los planos, sino, acaso principalmente, por la pericia en el montaje), con el fin explotar su fuerza cómica.

De este modo, pienso que La gran familia española constituye un ejemplar ejercicio de comedia, plenamente difrutable, en la medida en que, sin resultar original ni en cuanto a su argumento ni en la mayoría de las situaciones dramáticas planteadas, las muestra visualmente de forma muy eficaz y permite el lucimiento de la capacidad interpretativa de los actores y actrices. Es decir, nos hallamos ante un producto narrativo formalmente impecable, en el mejor de los sentidos: no sólo porque sea técnicamente perfecto, sino, sobre todo, porque explota las formas que ha elegido emplear del mejor modo posible. Distintas son las cosas, sin embargo (como he intentado argumentar), si del disfrute de la pura forma pasamos a reflexionar sobre lo que en realidad se nos está forzando a entender que estamos contemplando: aquí, el enfoque ideológico resulta harto cuestionable...

Es cierto, no obstante, que esta notoria discrepancia entre unas formas libres y el intento de ahormar su significado ideológico a través de trucos de guión no deja de resultar interesante. Por cuanto que, en último extremo, dicho intento resulta, de tan banal y evidente que es, fallido. Es decir, la contención del potencial disruptivo de la construcción formal de la comedia sólo en muy pequeña medida (digamos: tan sólo a los ojos de un censor obtuso) resulta lograda. Porque lo que un@ recuerda, al final de la película, no es el mensaje banal y complaciente del happy end, sino la explosión de anarquía, brillantemente narrada, que antes ha tenido lugar. Y es que, en contra de las fantasías conservadoras, no hace falta sino observar con los ojos abiertos a una familia -a esa "familia española" modelo que se nos presenta- para que salten las chispas y todos los ensueños (románticos y/o comunitarios) se echen a perder, en el tráfago de las vicisitudes y conflictos cotidianos.


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