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viernes, 23 de agosto de 2013

The trip (Michael Winterbottom, 2010)


The trip, la versión cinematográfica, condensa una serie televisiva de la BBC. Consiste -tanto la serie como la película- en un corto viaje, de cinco días, de los dos personajes, que pretenden ser representativos (en algún sentido) de los dos actores que los encarnan, Steve Coogan y Rob Brydon, ambos conocidísimos cómicos británicos.

Hasta aquí, y en una primera visión de la película, lo que hallamos es un ejemplo más de una cierta tendencia en el cine contemporáneo (en realidad, posee ya notorios antecedentes previos) en el que los actores se someten a (limitados) ejercicios de autoparodia y "desencantamiento": pienso, por ejemplo, en películas como JCVD (Mabrouk el Mechri, 2008), en la que Jean-Claude Van Damme se sometía a uno de tales experimentos. Así, y al igual que en otros ejemplares del subgénero, en The trip hallamos lo esperable: dos actores caricaturizándose a sí mismos, y el uno al otro, componiendo unos personajes contrapuestos (el "galán" con aspiraciones "artísticas", pero solitario e infeliz en el fondo/ el cómico divertido y modesto, realista y socialmente integrado), y haciendo una exhibición intensa de sus habilidades actorales (imitaciones, parodias, etc.)

En el cine cómico, seguramente más dado a este tipo de ejercicios (al fin y al cabo, la comedia no es en sí misma sino un ejercicio de retorcimiento -dramático, gestual, visual,...- realizado sobre una trama más o menos convencional), el punto de referencia más reciente sería probablemente Funny people (Judd Apatow, 2009), en la que podíamos encontrar ya esa contraposición entre dos modelos de actor cómico (el "cruel" y vanidoso, frente al divertido y de buen corazón) y una buena cantidad de exhibiciones y reflexiones acerca del arte de hacer reír.

Pero The trip es esto, desde luego, aunque también algo más. Y es que, a diferencia de lo que ocurría en Funny people, aquí los dos cómicos que la protagonizan se embarcan en una gira gastronómica -pretexto dramático de la historia- que les conduce al norte de Inglaterra. Y, en concreto, a la zona de los lagos (Lake District), en la que William Wordsworth y Samuel T. Coleridge desarrollaron su vida literaria y buena parte de su obra a partir de los últimos años del siglo XVIII.

Es decir, a diferencia de lo que sucedía en Funny people, aquí, los personajes son extraídos de su ambiente habitual y trasladados a lugares que son, al tiempo, impresionantes desde el punto de vista sensorial (por la belleza natural) y extremadamente significativos dentro de la tradición cultural (literaria) británica. Y es, precisamente, en esta contraposición entre la poesía de Wordsworth y Coleridge, referida en muchas ocasiones a los paisajes y elementos naturales que los personajes de la película recorren (y, en todo caso, siempre elaborada en aquellos lugares), y los dos cómicos modernos que protagonizan la película, en donde se puede hallar su riqueza. Pues se produce así, de hecho, un enfrentamiento de la tradición cómica (y secularizada, y descreída) contemporánea con unos paisajes y unos referentes literarios -los del primer romanticismo inglés- que evocan más bien lo lírico.

De este modo, lo que podemos ver, en la película, realmente es la manera en la que un cierto posmodernismo, una cierta actitud posmoderna, es enfrentada con la tradición (eminentemente moderna) del romanticismo. Y cómo, sin duda alguna, lo que la narración muestra es que esta última (la confianza en la belleza, en las emociones, en la tradición cultural, etc.) ha de triunfar, porque la actitud posmoderna recae necesariamente en el nihilismo, en la vacuidad.

(Téngase en cuenta que Michael Winterbottom había realizado ya otro ejercicio -distinto, aunque paralelo- de contraposición entre tradición literaria y posmodernidad, y con los mismos actores, en su peculiar y fructífero acercamiento al clásico de Laurence SterneThe Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman: en A cock and bull story, 2006.)

Todo ello, servido, sin embargo (y he aquí la brillante paradoja), a través de una estética cinematográfica que es notoriamente posmoderna: no sólo por la enorme ristra de citas y de referencias que los personajes de los dos cómicos manejan y exhiben, sino incluso por la propia forma que Winterbottom tiene de integrar, entremezclándolas, tanto en el plano diegético como en el visual, toda un conjunto de tradiciones: de tradiciones literarias (citando explícitamente poemas de Wordsworth y de Coleridge), de tradiciones pictóricas (a la hora de componer los planos); y también de tradiciones cinematográficas, al emplear un cierto estilo, convencionalmente "británico", de filmar los paisajes de la isla, para destacarlo, pero también para "desencantarlo" y ponerlo, de algún modo (ciertamente ambiguo), en cuestión.


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