Primera de las novelas de Ross Macdonald que protagonizó Lew Archer, uno de los más prototípicos detectives privados hardboiled de todo el género, la obra -hay traducción castellana reciente en RBA- aparece (como en general todas las de Macdonald) muy influida por la estética, tanto en lo temático como en lo formal, que había desarrollado Raymond Chandler (mucho más que Dashiell Hammett, el otro "padre fundador" del género): corrupción moral en la alta sociedad, una violencia soterrada, pero omnipresente, cientos de oportunistas buscando el momento de aprovechar cualquier cosa para hacer dinero y hallar -así lo creen- su "lugar bajo el sol",...; y un estilo literario que usa y abusa de la metáfora como figura de estilo, intentando transmitir a través de su retórica recargada un cierto ambiente, social y moral.
Acaso, lo que Macdonald aporte al género (además de unas narraciones muy disfrutables para l@s somos aficionad@s al mismo) sea un toque de reflexión. O, más bien, de (amarga) constatación de cómo una sociedad (la norteamericana de los años cuarenta del siglo pasado, pero podría ser la nuestra) ha perdido, si alguna vez la tuvo en realidad, su vigor moral. Así, en The moving target, hay miembros de las clases altas completamente extraviados y carentes de cualquier decencia. Pero, sobre todo, hay individuos de clase media, que alguna vez fueron luchadores idealistas han acabado por sucumbir a los cantos de sirena de la ambición y del arribismo, hasta ser capaces de acabar en el asesinato. E individuos de clase baja, castigados una y otra vez por la injusticia social, víctimas siempre de la guerra (esa guerra mundial en el que todos participaron como carne de cañón, y que no les valió más que heridas, medallas de latón, sufrimiento psíquico y mucha decepción ulterior), que se revuelven como fieras, buscando también su camino (necesariamente sucio, dadas sus escasas posibilidades) hacia el ascenso social. Y es ante todo por estos dos últimos grupos por los que las novelas de Macdonald parecen entonar un sentido réquiem: por quienes constituirían la mejor muestra de la falsedad, y el fracaso, del "sueño americano" de una "sociedad de los libres" en la que se pudiera alcanzar la felicidad y desterrar el miedo.
Es interesante, en este sentido, la forma en la que la narración coloca a Archer, el protagonista, principalmente (además de como catalizador de la acción de la trama, algo inevitable en una novela de temática criminal) como un observador: es Archer, en efecto, con su mirada sobre los acontecimientos, quien otorga a la narración su tono moroso, reflexivo y triste. Quien logra que el/a lector(a) comparta estos sentimientos. Y se vea obligado a interrogarse, también, acerca de cuánto de ese fracaso, de ese miedo y de esa corrupción moral no campan también aquí y ahora (sin duda, e inevitablemente, con características específicas) por sus fueros.