La narración de un martirio es siempre, al parecer, una fórmula de éxito reconocido. ¿Cómo no identificarnos, en tanto que espectador@s, con un personaje maltratado de forma cruel y desconsiderada, sobre la base, además, de acusaciones sin ningún fundamento?
Es ésta (la de la conmiseración) la carta que juegan Jagten, y su director, Thomas Vinterberg: producir indignación en l@s espectador@s ante la marginación y maltrato de un individuo, perfectamente integrado hasta entonces en esa comunidad vecinal "idílica", tan sólo a causa de unas sospechas, que se revelan completamente infundadas, de que podría haber cometido un abuso sexual sobre una de sus alumnas. Para ello, todos los trucos parecen resultar admisibles: asistiremos, así, a escenas de violencia física contra la víctima y su hijo, de expulsión del espacio público, de violencia contra su casa y objetos (¡esa muerte del perro!, copiada de tantas otras películas sobre acoso), de desconfianza generalizada de casi todos los personajes (a quienes no se da oportunidad alguna de mostrar su visión de lo que está sucediendo),... Una desconfianza que -parece querer decirnos la narración- nunca desaparecerá del todo, en realidad, por más que la investigación policial y judicial haya concluido que no hay prueba alguna de la acusación presentada. Y, para transmitir esta moraleja, toda suerte de manipulaciones emocionales del(a) espectador(a) parecen lícitas.
Creo que la película no da para más; es decir, para muy poco: para un ligero ejercicio de penitencia hipócrita (por -podríamos decir- "nuestra incapacidad para ser más comprensivos y abiertos de mente"), que nos permite, a l@s espectador@s, sentirnos moralmente superiores a esos personajes, "obcecados" e "intransigentes". No es, pues, sólo una película manipuladora, sino también complaciente.
(Por hacer una comparación pertinente: The wrong man, la obra que Alfred Hitchcock dirigió en 1956, sobre un tema similar, eludía cuidadosamente todos esos riesgos.)
Y, por ello, no merecería la pena siquiera hablar de esta película, si no fuese porque (además de manipuladora y complaciente) es tramposa. Y lo es, cuando describe el proceso de detección de los (supuestos) abusos sexuales a la menor a través de un procedimiento que a cualquiera que conozca algo del tema le resultará completamente risible: en la película, los indicios de abusos que conducen a la denuncia, a la investigación, al escándalo y a la persecución, consisten, en suma, en una frase dicha espontáneamente por la niña y en tres preguntas capciosas (puesto que inducen a una respuesta) que le son realizadas luego por un "experto". Nada más. Cuando, como es obvio, los protocolos de detección de abusos sexuales a menores (detección siempre problemática, desde luego) poseen, en todo caso, una mayor complejidad.
No podemos, desde luego, descartar la posibilidad de que ocurran episodios de persecución cuasi inquisitorial a partir del celo represivo de ciertos agentes sociales. Comparto igualmente la crítica a la obsesión puritana que se horroriza ante la mera mención de la sexualidad infantil. Pero lo que no me parece de recibo es, aprovechando todo ello, componer una narración tan tramposa como la que Jagten presenta, en la que el inocente es perseguido sobre base de pruebas prácticamente inexistentes, creando una situación dramática harto inverosímil.
Y es tramposa, porque la evidencia criminológica nos dice que este género de persecuciones de inocentes sólo ocurren en realidad cuando existen hondas razones sociales para hacer caso omiso de la falta de pruebas y para forzar, pese a ello, los mecanismos de control social, con otras finalidades: cuando se encarcela, por ejemplo, a un anarquista, acusándole, falsamente, de "terrorismo"; o a un homosexual, por haber abusado de un(a) menor que, sin embargo, consentía en la relación. En tales casos, hay causas que explican el forzamiento del sistema represivo, para hacerle cumplir ciertas funciones (ilegítimas): de represión ideológica, de represión de minorías, etc. (Por no alejarnos del ámbito de los abusos sexuales a menores: piénsese en los factores sociopolíticos presentes en el "caso Raval", que fueron los que favorecieron la desmesurada hinchazón del caso.)
En Jagten, sin embargo, nada de eso aparece, por lo que todo es incomprensible. Y es que, por supuesto, no parece existir en realidad ninguna pretensión de comprender (los fenómenos de acoso y de exclusión social, o las reacciones de las víctimas o de las comunidades frente al delito, o el miedo al delito, o...), sino tan sólo de incomodar: incomodar a los bienpensantes, aplicarles un ligero masaje de conmoción (suave), que les permita moralizar.
Otro gallo nos cantaría (otra película, menos inaceptable, más sugestiva) si el director y guionista hubiese optado por intentar penetrar en la estructura de las comunidades que dan lugar a reacciones de miedo y de histeria frente a (algunos de) los delitos: en el quién, y el cómo, se decide qué debe dar lugar a marginación social, y qué no. Claro que, entonces, en vez de una película-que-pretende-ser-una-bofetada (en el rostro del(a) espectador(a) inadvertid@), nos hallaríamos ante un producto cultural de esos que intentan hacer pensar. Y eso, por supuesto, produce siempre réditos (industriales, comerciales) significativamente menores, si es que alguno.