He leído con creciente sorpresa este volumen de relatos de G. K. Chesterton (hay edición castellana en Acantilado, Barcelona, 2007). Y ello, debido a la forma en la que la narración de estos relatos (que, al cabo, vienen a constituir una única narración, como apuntaré a continuación) va derivando: porque lo que en un principio aparece como un conjunto de relatos criminales (basados evidentemente en el modelo tradicional del whodunit) acaba por resultar en otra cosa (no completamente, pero sí bastante) distinta.
En efecto, en un primer momento, hay motivos para pensar que Horne Fisher, el detective aficionado y protagonista de estos relatos, no constituye sino un trasunto del Padre Brown de la gran mayoría de los relatos criminales escritos por Chesterton. Puesto que su forma de analizar y resolver los casos que se le plantean (sumamente heterodoxa, de acuerdo con las convenciones del género) es muy semejante a la que aquél empleaba. Hasta aquí, por consiguiente, nos hallaríamos tan sólo en otro ejemplo más de esa forma peculiar de relato criminal que Chesterton desarrolló: más atenta a las circunstancias humanas y a los motivos de los personajes que al mantenimiento de la intriga (y, menos aún, que a los indicios materiales).
Y, sin embargo, los relatos protagonizados por Horne Fisher -ese "hombre que sabía demasiado"- cobran enseguida un cariz bastante diferente (aunque, por supuesto, no por completo). Por dos razones:
- Primero, porque todos los delincuentes quedan sin castigo. Alguno sale malparado, sin duda, mas ninguno es efectivamente castigado. Ello resulta, cuando menos, peculiar, en el género criminal.
- No obstante, dicha sistemática impunidad no es gratuita, sino que obedece a razones: a razones políticas. Que son, en suma, las que proporcionan la clave para la interpretación del libro. Pues lo que ocurre es que todos los crímenes investigados por Horne Fisher y narrados en el volumen tienen en común dos rasgos, los dos de índole política: son cometidos dentro de los grupos sociales dominantes o en su entorno (en el personal a su servicio); y su esclarecimiento resultaría peligroso para la preservación de la hegemonía social de dichos grupos, puesto que revelaría la corrupción moral -y política- que en ellos anida.
De este modo, The man who knew too much (nada que ver con las dos películas que Alfred Hitchcock realizó bajo el mismo título) acaba por convertirse en una suerte de extraño alegato político. Porque, por una parte, presenta una visión nada complaciente de la dominación social (en el Reino Unido de principios del siglo XX -aunque muchos elementos sean fácilmente trasladables a otros contextos): unas clases dominantes corruptas, que manipulan y abusan del resto del pueblo, en su propio beneficio, y que no dudan en recurrir al crimen, cuando ello les resulta necesario o conveniente.
Por otra parte, sin embargo, Chesterton viene a proponer que, pese a todo, la comunidad constituida -según se pretende- por la "nación (o suma de naciones) británicas" posee de por sí el suficiente valor como para que, aun a pesar de la corrupción de sus clases dominantes y de sus líderes, haya que hacer sacrificios para preservarla.
Tal es la ambivalencia (política, pero también estética) de la construcción narrativa que este peculiar conservador crítico que fue G. K. Chesterton nos presenta en este libro. Y es dicha ambivalencia, y su originalidad (nada que ver, pues, con el cerrilismo usual en el pensamiento conservador contemporáneo), lo que hace que el libro merezca una lectura atenta.
En efecto, en un primer momento, hay motivos para pensar que Horne Fisher, el detective aficionado y protagonista de estos relatos, no constituye sino un trasunto del Padre Brown de la gran mayoría de los relatos criminales escritos por Chesterton. Puesto que su forma de analizar y resolver los casos que se le plantean (sumamente heterodoxa, de acuerdo con las convenciones del género) es muy semejante a la que aquél empleaba. Hasta aquí, por consiguiente, nos hallaríamos tan sólo en otro ejemplo más de esa forma peculiar de relato criminal que Chesterton desarrolló: más atenta a las circunstancias humanas y a los motivos de los personajes que al mantenimiento de la intriga (y, menos aún, que a los indicios materiales).
Y, sin embargo, los relatos protagonizados por Horne Fisher -ese "hombre que sabía demasiado"- cobran enseguida un cariz bastante diferente (aunque, por supuesto, no por completo). Por dos razones:
- Primero, porque todos los delincuentes quedan sin castigo. Alguno sale malparado, sin duda, mas ninguno es efectivamente castigado. Ello resulta, cuando menos, peculiar, en el género criminal.
- No obstante, dicha sistemática impunidad no es gratuita, sino que obedece a razones: a razones políticas. Que son, en suma, las que proporcionan la clave para la interpretación del libro. Pues lo que ocurre es que todos los crímenes investigados por Horne Fisher y narrados en el volumen tienen en común dos rasgos, los dos de índole política: son cometidos dentro de los grupos sociales dominantes o en su entorno (en el personal a su servicio); y su esclarecimiento resultaría peligroso para la preservación de la hegemonía social de dichos grupos, puesto que revelaría la corrupción moral -y política- que en ellos anida.
De este modo, The man who knew too much (nada que ver con las dos películas que Alfred Hitchcock realizó bajo el mismo título) acaba por convertirse en una suerte de extraño alegato político. Porque, por una parte, presenta una visión nada complaciente de la dominación social (en el Reino Unido de principios del siglo XX -aunque muchos elementos sean fácilmente trasladables a otros contextos): unas clases dominantes corruptas, que manipulan y abusan del resto del pueblo, en su propio beneficio, y que no dudan en recurrir al crimen, cuando ello les resulta necesario o conveniente.
Por otra parte, sin embargo, Chesterton viene a proponer que, pese a todo, la comunidad constituida -según se pretende- por la "nación (o suma de naciones) británicas" posee de por sí el suficiente valor como para que, aun a pesar de la corrupción de sus clases dominantes y de sus líderes, haya que hacer sacrificios para preservarla.
Tal es la ambivalencia (política, pero también estética) de la construcción narrativa que este peculiar conservador crítico que fue G. K. Chesterton nos presenta en este libro. Y es dicha ambivalencia, y su originalidad (nada que ver, pues, con el cerrilismo usual en el pensamiento conservador contemporáneo), lo que hace que el libro merezca una lectura atenta.