A mi entender, todo lo más interesante (y significativo) en esta última película de Michael Haneke tiene que ver con sus "escenas en blanco".
La trama, en efecto, versa en tono a la vejez, la enfermedad y la muerte. Aquí, concentrada en la forma en la que las encara un viejo matrimonio (espléndidos Jean-Louis Trintignant y Emmanuell Riva). Que no se hacen ilusiones (saben que sus cuerpos -y el de ella, en particular, afectada por un ictus- se irán degradando, su vida será cada vez más indigna y acabarán muriendo más pronto que tarde) y que, sin embargo, poseen los recursos -materiales y psíquicos- para afrontar la degradación solos, sin la dependencia tan usual en las personas ancianas.
Lo que con estos mimbres hace Haneke no es, desde luego, nada de lo que podría esperarse de un cineasta convencional: ni un melodrama, ni idealista ni de la putrefacción de los cuerpos, ni tampoco un encendido alegato en favor de una "muerte digna". Antes al contrario, Haneke coloca la cámara delante de las inevitables escenas de deterioro físico, de dolor, de emoción y de perplejidad que surgen en estos casos sin forzar la emoción, ninguna emoción: lo que ves es lo que hay. Las interpretaciones vienen luego: las harás tú, espectador(a); pero no están en la realidad (material).
Y aquí vienen a cuento las "escenas en blanco". Es notable el hecho de que en varias ocasiones la narración recurre a la elipsis, para eludir momentos que, desde el punto de vista más convencional (de la narrativa clásica), parecerían "momentos cumbre": el momento del segundo y más grave ataque que sufre ella, Anne, o el momento en el que él, Georges, decide acabar con la vida de ella. (Y no se trata tan sólo de que ya sepamos cómo va a acabar todo: esto ya nos lo había hecho saber la película en la primera escena, que convierte a todo el resto en un largo flash-back. Pero, hasta aquí, no habríamos salido de la narración más o menos convencional -cuando menos, en la actual narración convencional.)
Y es notable igualmente que dichas elipsis sean plasmadas visualmente a través de eso que he dado en llamar "escenas en blanco": mediante la reproducción de varios cuadros de paisajes sin figuras (escena que en realidad no se sabe bien si es diegética o extradiegética), en un caso; en el otro, mediante la filmación de las habitaciones vacías de la casa.
Esta forma de "elipsis (narrativa) a través de la mostración de la materia (muerta)" recoge, en mi opinión, buena parte del sentido último de la película. (No creo, así, que sea casual que la película termine con una escena similar, aunque ligeramente diferente: la hija -Isabelle Huppert- se sienta en el salón vacío, una vez que sus dos padres han muerto, y es contemplada por la cámara en la distancia, a través del pasillo, mostrando de este modo también una escena casi vacía, desolada.) Un sentido que tiene que ver con la visión eminentemente materialista que Haneke presenta en torno a la enfermedad, la degradación física y la muerte.
Porque, efectivamente, poco importan la psicología y las emociones cuando, como en estos casos, la fisicidad se impone del modo más brutal. Tal vez sólo cabe aceptar los hechos, como lo hacen los protagonistas de la película, dejarse arrastrar por el fin. El resto es (al menos, para los personajes embarcados en la historia) mera retórica. Y es evidente que el director ha querido hacer una película acerca de una vivencia, no sobre un tema. Y, para ello, se ha visto obligado a suprimir todas las excrecencias, emocionales e ideológicas, con las que solemos adornarla.