Tan sólo deseo dedicar unas líneas a recomendar este libro (bastante desconocido entre nosotr@s), un ejemplo excelso de la influencia de la literatura picaresca española en las literaturas europeas de los siglos XVI y XVII. Aquí, sobre las bases temáticas y formales elaboradas en Lazarillo de Tormes, en Guzmán de Alfarache, en El Buscón (pero también en algunas otras fuentes, francesas y alemanas), H. J. Ch. Grimmelshausen elabora una narración que, ambientada en la convulsa Alemania de la guerra de los treinta años, sigue los pasos de un pícaro que pasa de campesino a ermitaño, de soldado a criado y bufón, de cuasi-noble a desgraciado. Deliciosas anécdotas y un vivo retrato de un país y de una sociedad descompuestas, por la guerra y sus horrores.
Llama mi atención, en particular, la capacidad del espíritu barroco para transitar constantemente entre los anhelos piadosos y de salvación a través de la adhesión a la religión y la permanente constatación de que, en el fondo, la desesperanza y el nihilismo anidan ya en el hombre barroco. En este sentido, Simplicissimus constituye un personaje paradigmático del espíritu del tiempo: es un ser quebrado, entre sus anhelos de plenitud espiritual y de salvación y la potencia de sus deseos, corporales, psíquicos (humanos, al cabo). Escisión esta que, en la mentalidad barroca, carece de solución alguna: se plasma necesariamente en un hálito trágico.
Lo peculiar, entonces, de la solución narrativa picaresca (crecientemente evidente, a medida que el género se fue desarrollando) es afrontar dicha tragedia de modo (aparentemente) burlesco: frente a los dilemas morales y existenciales que atormentan a los personajes de -pongamos- Calderón de la Barca o Jean Racine, los protagonistas de las narraciones picarescas, acuciados por similares inquietudes (en esto, la novela picaresca es ya eminentemente moderna: no hay diferencia significativa en el sentido de la existencia de unas y de otras clases sociales), optan de forma indubitada por la acción. Por una acción que, al cabo, se revela como carente de sentido. Pero que mantiene en movimiento, en tensión, al protagonista.
Podríamos decir, entonces, que la alternativa de la literatura picaresca al dilema trágico barroco es la del vitalismo: obrar. Aun sin sentido. Aun abocados al fracaso. Pero obrar, siempre.