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viernes, 17 de agosto de 2012

The guard (John Michael McDonagh, 2011)


Aunque, en su momento, abundaron las jeremiadas -hoy, afortunadamente, caídas en el olvido- acerca de la violencia "excesiva" y/o "complaciente" de las películas de Quentin Tarantino, yo diría que su herencia más pesada (más aún en sus imitadores que en su propia obra), desde el punto de vista cinematográfico, que también posee connotaciones ideológicas, es su insistencia en que un género es tan sólo eso: un artificio formal, una caja de herramientas, un meccano, cuyas piezas pueden ser empleadas, en libres combinaciones, para obtener nuevas producciones genéricas.

Así, la estética de Tarantino pretende dejar de lado el hecho -bien sabido- de que detrás de los géneros, y de sus elementos formales, existen también componentes ideológicos: puntos de vista, sobre la realidad y sobre la capacidad expresiva del arte. (Cualquiera puede comprobarlo, viendo con reiteración -pongamos- westerns, cine negro o comedias románticas. Y, por si fuera poco, existe numerosa bibliografía crítica que lo ha estudiado en detalle.)

De este modo, los seguidores de esta estética (particularmente, en el ámbito del género criminal) juegan con las piezas del meccano para crear nuevas narraciones criminales. Narraciones en las que falta cualquier reflexión crítica, ni sobre la representación ni sobre los temas abordados. (Han hecho falta obras como The wire -o, antes, L.627, de Bertrand Tavernier- para que l@s espectador@s menos acomodad@s recordásemos que, sin necesidad de caer ni en el  complaciente "humanismo" ni en la retórica retro que asolan el cine criminal más comercial, otro cine criminal es posible: uno riguroso y crítico.)

The guard constituye, a mi entender, un ejemplo de manual de aquel enfoque aséptico de los géneros. A través de evidentes recursos estilísticos, el/a espectador(a) no avisad@ es conducid@ a identificarse con personajes protagonistas cuyo mayor mérito es su "simpatía", su "saber estar" en su ambiente. Un policía (Brendan Gleeson) que -reza el mensaje- reúne en su problemática personalidad todas las bondades de la "vieja y buena policía", frente a la frialdad cuasi-tecnológica (e impotente, sigue el discurso) de la modernidad; también de la policial. Todo esto revestido de medidas dosis de comedia, combinada con algunos tópicos propios del género.

Por supuesto, cualquiera (que reflexione -pero, ¿quién reflexiona cuando está viendo una película tan simpática?) identificará de inmediato las trampas retóricas ocultas en la narración: una narración ideológicamente complaciente, porque transmite un discurso eminentemente conservador (la "vieja y buena policía" nunca ha sido más que un mito conservador) y porque, además, lo hace intentando neutralizar las potencialidades críticas del formato narrativo (del cine criminal).

Y, por lo demás, ni siquiera la mera puesta en imágenes resulta, desde el punto de vista puramente técnico, demasiado efectiva. (En esto, habrá que reconocerlo, Tarantino sigue teniendo muchas lecciones que dar a sus seguidores.)




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