El melodrama, en tanto que género clásico, se ha ocupado siempre de un modo prioritario de reflejar (y, al tiempo, de reforzar) el régimen de poder en materia de género y de sexualidad.
(Por supuesto, es posible -y deseable- hallar momentos de subversión, más o menos explícita, en los melodramas clásicos, tal y como viene haciendo la teoría cinematográfica feminista y queer. Es conveniente, además, crear melodramas alternativos -R. W. Fassbinder o Todd Haynes serían ejemplos paradigmáticos de grandes directores que lo han intentado con éxito. Y, en fin, por supuesto, debe advertirse, como han hecho los estudios culturales, que entre enunciación -de la narración fílmica- y recepción existe siempre un hiato pleno de indeterminación. Todo lo cual, sin embargo, no desmiente el hecho de que, en su intención y en su interpretación más propia, y además hegemónica, el melodrama clásico genera un discurso de poder sexista y heterosexista.)
En efecto, en las historias narradas en el melodrama clásico (pero también en su formalización, dramática y visual) las mujeres -y, a veces, también los varones- son "castigadas" o "recompensadas", desde el punto de vista dramático, en atención a la medida en que se ajustan más o menos a los patrones hegemónicos de comportamiento "socialmente adecuado".
No man of her own constituye un caso ejemplar de esta tendencia. (De hecho, el título de la película resulta extremadamente significativo.) Al igual que otros muchos melodramas noir (mixtura genérica muy frecuente en el cine norteamericano de los años cuarenta y cincuenta: pienso en The strange love of Martha Ivers, pienso en Out of the past,...), el patrón genérico de la narración criminal es aprovechado, precisamente, para realizar esa distribución de méritos y de culpas, conforme a criterios eminentemente moralistas (en suma: de poder social). Cualquier espectador(a) avezad@ del género adivinará, por ello, desde un inicio que nada malo le puede suceder a Helen/ Patricia (Barbara Stanwyck), porque es una mujer que ansía ocupar su rol tradicional y "debido", a pesar de los obstáculos que se interponen en su camino. Y comprobará (¿satisfecho? tal es la intención...) que son los personajes que ponen en cuestión, con su comportamiento "amoral", tal reparto de roles quienes acaben por revelarse como "perversos", y por recibir su "merecido" castigo.
Por lo demás, esta historia está servida, como siempre, con su habitual habilidad para la composición visual (no particularmente original, tal vez, pero sí efectiva) por Mitchell Leisen.