Recomiendo esta deliciosa novelita de Flann O'Brien a personas que reúnan tres condiciones: 1ª) que tengan sentido del humor; 2ª) que posean algún conocimiento de la literatura europea entre los siglos XVIII y XX; y 3ª) en fin, que estén soberanamente aburridas de los debates sobre "nacionalidades", "identidades", "tradiciones", etc., que vienen mareando al pensamiento europeo desde el siglo XVIII (y al español, muy particularmente, desde los años setenta del pasado siglo).
Lo que hace, en efecto, O'Brien en esta novela es (como Cervantes hizo, gloriosamente, con las novelas de caballerías) escribir la parodia de la novela costumbrista y del tipismo, que existen en todas las tradiciones literarias europeas modernas a partir del siglo XVIII, con su constante exaltación de lo "primitivo", "original", "auténtico", "nacional", "puro" (frente, siempre, a lo foráneo, mezclado, impuro). Aquí, son la retórica del costumbrismo y del tipismo irlandeses lo que es objeto de parodia. Para ello, O'Brien intenta escribir la novela más costumbrista y más adepta al tipismo irlandés que sea posible imaginar... cayendo con ello en el ridículo más completo, como por supuesto era su objetivo.
En su novela, los irlandeses viven constantemente bajo la lluvia, se alimentan sólo de patatas, porque es lo único que en realidad les apetece, son pobres, a cual más pobre, viven todos en el campo, entre los cerdos y las cenizas, buscan tesoros y cuentan leyendas, se esfuerzan en ser cada uno más "gaélico" que el de al lado, son profundamente estúpidos en sus razonamientos y actuaciones,... En suma, incurren en toda la suma de sinsentidos que la obsesión identitaria (inventada e impuesta) conlleva, hasta el punto de aparecer como verdaderos botarates.
Cámbiese Irlanda por España, o por Cataluña, o por Euskadi. Escúchense las sandeces que, en nombre de lo "nacional" y de lo "auténtico", se dice acerca de la cultura, de la historia, de las costumbres (y, a veces, de la sociedad, de la moral y de la política) de estas sociedades. Léanse -si se tiene paciencia, que yo no la tengo- las reconstrucciones más o menos retóricas de las "glorias", pasadas y presentes de estas "comunidades imaginadas" (como Benedict Anderson, acertadamente, las calificó). Luego, vuélvase a leer la novela de O'Brien y láncese una estentórea carcajada.