Leo estos días, al hilo del conflicto abierto en la minería del carbón por el gobierno de la derecha, las tomas de posición del Grupo de Medio Ambiente de Acampadasol y de Greenpeace. Como no podía ser menos, comparto en buena medida sus planteamientos y análisis, que pretenden ser respetuosos con los derechos de l@s trabajador@s del sector, pero también poner de manifiesto el problema medioambiental y de sostenibilidad económica que conlleva esta industria extractiva.
Pero no me interesa, aquí y ahora, repetir cosas sabidas (dentro del movimiento ecologista, al menos, pero también en otros muchos sectores de la ciudadanía). Si escribo estas líneas, es para reflexionar acerca de la forma en la que han evolucionado la mentalidad y el discurso de las izquierdas, desde una posición (pre-)moderna -que encarnarían los sindicatos mineros- hasta otra "posmoderna", plasmada en posiciones como las que comento (y otras tantas).
Pensemos primero en cuál es la posición teórica y práctica defendida por el sindicalismo minero: más allá de algunos (débiles) argumentos de índole económica y medioambiental, lo cierto es que lo que se defiende son, ante todo, los propios derechos, entendidos como los propios intereses. El discurso rezaría, aproximadamente, así:
"Somos mineros, siempre hemos sido mineros. Llevamos trabajando toda la vida en la mina. Nos hemos dejado la piel. Nos hemos ganado, por lo tanto, el derecho a vivir dignamente de esta actividad. Nadie nos puede exigir que la abandonemos. No tienen derecho a hacerlo. Quien lo haga está menospreciándonos: no sólo ataca a nuestro bolsillo, está atacando también a nuestra entera dignidad. Ademas, ¿qué otra cosa podríamos hacer, a estas alturas? Hay, pues, que preservar la minería del carbón: es justo y necesario. Para nosotros y para nuestras familias y comunidades. No hay alternativa razonable (que no pase por la dependencia -una forma de mendicidad, al fin y al cabo)."
¿Y qué dicen los críticos con la minería del carbón? (Me refiero, como antes señalaba, a los críticos razonables y sensibles a los problemas de la clase trabajadora -no me interesan los sofismas de la derecha ni los de la patronal, que intenta utilizar a l@s trabajador@s para capturar subvenciones.) Dicen:
"Entendemos vuestros problemas y vuestros sentimientos. Tenéis derechos, que hay que respetar. Pero ello no puede ocultar el hecho de que, viendo el asunto desde una perspectiva global, vuestras pretensiones carecen de sentido. Podéis, sí, reclamar soluciones para vuestras necesidades: nosotr@s os apoyaremos en tal demanda. Pero no podéis, ni debéis, unir vuestra suerte a la de una actividad productiva que está condenada: porque no es suficientemente rentable, desde el punto de vista empresarial; y porque, además, resulta extremadamente problemática, en términos medioambientales. Por ello, no nos pidáis que apoyemos la continuidad de la extracción de carbón. Estaremos con vosotr@s en la lucha por vuestros derechos. Pero la continuidad de la minería no es un derecho vuestro. Porque la continuidad de la minería es una cuestión colectiva, en la que la decisión que finalmente se adopte, para resultar legítima, debería tomar en consideración los intereses, emociones y voluntades del conjunto de la ciudadanía. Y no solamente los de algun@s, considerados particularmente relevantes."
Si alguien me concede que, hasta aquí, he sintetizado sin excesivas caricaturas ambas posiciones, entonces podrá acompañarme en la siguiente reflexión. ¿Qué es lo que diferencia el primero y el segundo tipo de discurso político? En mi opinión, antes que la calidad o la cantidad de los argumentos, entre uno y otro existe, sobre todo, una diferencia radical de perspectiva.
En la primera posición, en efecto (la del sindicalismo minero), se sostiene que existe una forma de acceso privilegiado a la corrección moral. Según esto, habría experiencias e intereses que darían lugar a posiciones morales privilegiadas: privilegiadas, en tanto que permiten de modo prioritario determinar qué es lo moralmente correcto, en una situación dada (pero no en cualquiera). Así, la experiencia de la dureza del trabajo en la mina y de la experiencia comunitaria concomitante daría una particular fuerza a los argumentos: convertiría meros intereses en auténticos derechos.
En otro orden de cosas, en este primer tipo de discurso no es posible escuchar voces diferentes: no existen, no aparecen. Y ello, porque es la comunidad próxima la que ostenta el protagonismo. Porque no hay una humanidad común a la que tomar como punto de referencia. (Entiéndaseme bien: por supuesto, los líderes del sindicalismo minero pueden ser también -digamos- socios de Amnistía Internacional o aficionados a los juegos de rol online. La cuestión, no obstante, es que, en tanto que representantes de una comunidad, tal y como a sí mismos se conciben, no pueden permitir el acceso a su discurso a voces ajenas a la comunidad. Pues ocurre que, como señalaba, es la comunidad la que posee la voz privilegiada en materia moral, y así debe ser, es lo correcto...)
Las posiciones medioambientalistas, por el contrario (las del segundo tipo de discurso), se caracterizan ante todo por aceptar y por explotar la distinción (característicamente liberal) entre intereses particulares e intereses generales. A tenor de esta distinción, en efecto, la línea argumental claramente pasa por aceptar que existan intereses particulares (de la población de las comunidades mineras) y que ello puede dar lugar a derechos. Sin embargo, a continuación se sostiene que tales derechos deben quedar, en última instancia, sujetos a los "intereses generales". Y una exploración suficientemente "ilustrada" de estos "intereses generales" conduce necesariamente a la conclusión de que lo que es bueno para las comunidades no tiene por qué serlo para el resto. Así, una economía sin minería del carbón sería una economía globalmente mejor. Y un medio ambiente sin actividad minera también lo sería.
(Desde luego, cabe discutir en qué consisten exactamente los "intereses generales", quién los dicta. Puesto que sabemos, por experiencia, que algo que es, pretendidamente, "de todos, en demasiadas ocasiones no es otra cosa que una imposición de los poderosos a tod@s l@s demás...)
De cualquier forma, lo que me interesa destacar es más bien ese reconocimiento, en el discurso "ilustrado", de un "punto de vista desde ningún lugar", plenamente "objetivo", desde el que sería posible discutir críticamente acerca de los discursos relativos a "intereses particulares", a derechos.
¿Es más "avanzado" el discurso "ilustrado" que el comunitario? En algún sentido, parece serlo: en la medida en que, efectivamente, permite el acceso de más voces al debate. Lo que, sin duda alguna, puede facilitar condiciones de mayor igualdad moral entre todos los sujetos concernidos por un problema moral dado (aquí, el moral y político de si deben o no mantenerse las subvenciones a las actividades extractivas mineras). Así, por ejemplo, ciudadan@s (campesinos, etc.) que no se benefician directamente de la actividad extractiva o que, al contrario, se ven directamente afectados por su impacto medioambiental, tienen, en un discurso "ilustrado", al menos una posibilidad, de defender sus intereses e intentar hacerlos reconocer como verdaderos derechos.
Pero también es cierto que un discurso "ilustrado" corre dos riesgos importantes. Primero, el de ideologizar -en el peor sentido de la expresión -las cuestiones morales y políticas: aceptar la racionalidad hegemónica (por ejemplo: la idea protípicamente neoliberal de que las actividades no rentables desde el punto de vista monetario deben desaparecer); y/o asumir como intereses de toda la ciudadanía unos pretendidos "intereses generales" que, en realidad, lo sean tan sólo de grupos sociales dotados del suficiente poder. Así, intereses de empresarios, burócratas, etc. son aceptados en demasiadas ocasiones como los supuestos "intereses generales" de la ciudadanía.
El segundo riesgo de una visión "ilustrada" de la realidad es prescindir de la experiencia concreta. Pues, al fin y al cabo, lo que resulta indudable es que hay mineros, hay pueblos, hay familias, hay biografías, etc., completamente marcadas por la minería del carbón. ¿Cuánto vale eso? Yo no lo sé. Pero el problema es que la visión "ilustrada" tiende a ignorar por completo esta cuestión. Y ello no parece una actitud muy digna de elogio, al menos en un pensamiento que desee ser -verdaderamente, no sólo de nombre- subalterno; esto es, vinculado a las experiencias de l@s dominad@s.
No me atrevo -al menos, ahora mismo- a hacer propuestas, ni siquiera a tomar partido con claridad. Tan sólo constato el hecho de la transformación de los discursos de las izquierdas: del comunitarismo al universalismo, podríamos decir. Toda la experiencia sindical, toda la experiencia comunista (real), transitaron siempre más bien por el primero de los caminos. Hoy, sin embargo, se tiene la sensación de que es una vía cegada, de que l@s ciudadan@s de izquierdas se sienten más vinculados a un pensamiento de tipo universalista (los discursos de los movimientos sociales constituirían el ejemplo paradigmático de ello).
Tal vez sea así: tal vez la transformación de la experiencia histórico-social y cultural de l@s trabajador@s lo vuelve inevitable. (Tal vez no.) En todo caso, creo que es interesante percatarse del hecho. Y aceptar que, de algún modo, algo se ha perdido en el camino...