Conocida periodista norteamericana, maestra del reportaje (del género non-fiction, denominación que se estila en el orbe cultural anglosajón), Janet Malcolm publicó el año pasado -y acaba de ser traducido al castellano- este libro, en el que recoge su trabajo de seguimiento de un rutinario juicio por asesinato.
Nada, pues, particularmente relevante, en un principio. La particularidad estriba, sin embargo, en el hecho de que Malcolm no se limita a narrar de forma más o menos imparcial lo que vio y escuchó. Ni mucho menos se deja llevar por la tentación de dejar que sus emociones se inmiscuyan -no, al menos, expresamente- en lo que está narrando. No, lo que Malcolm hace es intentar narrarnos la historia de manera polifacética: dejándonos atisbar en las muy diversas caras que el conflicto de interacción que se halla siempre detrás de un delito contra las personas (tan personal como lo es casi siempre el asesinato) conlleva. Intenta que escuchemos a los acusados, a los familiares de la víctima, a los agentes del sistema penal, a los periodistas y al público.
Hasta aquí, por lo tanto, podríamos decir que nos enfrentamos tan sólo a una periodista un poco más hábil que la mayoría, a la hora de narrarnos una historia, permitiéndonos acceder a facetas de la misma que usualmente quedan fuera de nuestro campo de visión...
Lo que ocurre es que de lo que Malcolm nos narra se deriva un retrato inquietante. Inquietante, sobre todo, del papel de la justicia penal. En efecto, si algo le queda claro a quien lea este libro es algo que, por lo demás, cualquier penalista con un mínimo sentido de la realidad (si no crítico) debería dar por sentado en todo caso: que la respuesta penal al conflicto es siempre una solución notoriamente basta, chapucera, incapaz de tomar en consideración todas sus sutilezas. Lo es, incluso, en el mejor de los casos: cuando todo funciona perfectamente en el sistema de justicia penal, la reacción de enjuiciar y, en su caso, penar, acaba por ocasionar enormes desperfectos y costes colaterales, a víctimas, perpetradores y terceros inocentes. Más aún cuando, como ocurre en los delitos contra las personas, el conflicto es de naturaleza tan íntima.
...Pero es que, en realidad, no existe tal "mejor de los casos". Porque la otra cosa que la inquietante narración de Malcolm viene a poner de manifiesto es que, de hecho, la justicia penal se ve siempre acosada por las limitaciones, de manera que lo que se produce en el proceso penal no es nunca más que una mala caricatura del resultado justo.
Al cabo, desde una perspectiva global (sí, claro está, para los directamente afectados), no importa tanto finalmente si el acusado era inocente o culpable, si la condena fue o no adecuada. Porque la sensación que resta es siempre de notoria insatisfacción. Por lo demás, rara vez podremos saber si toda la verdad relevante puedo llegar a ser tomada en consideración...
Todo esto nos lo presenta Janet Malcolm no en forma de tesis, sino haciéndonos caminar con ella en sus contactos e indagaciones en torno a los acusados y las víctimas, en torno a jueces, fiscales y abogados.
Inevitablemente, lo que este libro nos cuenta ha de inquietarnos. (Por lo demás, viene a plasmar, desde el otro lado de la "cadena de producción" del sistema penal -el momento del juicio- lo que otro libro que he comentado hace algún tiempo, Homicide, de David Simon, apuntaba también, al hilo allí de la investigación policial.) Y, por ello, debería ser lectura obligada para cualquier penalista que se precie. Porque tal vez sea cierto que no podemos prescindir del Derecho Penal. Pero, cuando menos, deberíamos ser conscientes de los desastres que con él ocasionamos...