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lunes, 28 de mayo de 2012

Hans Haacke: el arte como disfraz



Hans Haacke es conocido como artista ante todo por su crítica a la institución artística: poniendo de manifiesto cómo detrás de las aparentemente desinteresadas obras, presentaciones públicas de las mismas e instituciones en las que todo el espectáculo tiene lugar, existen relevantes intereses económico-empresariales. Intereses tanto relativos a la instrumentalización del arte como mecanismo de blanqueamiento -a través del desinterés que la creación artística presupone, en el imaginario idealista hegemónico- de prácticas empresariales éticamente dudosas (pensemos, sin necesidad de ir lejos, en el caso de la banca española y su apoyo a las instituciones culturales). Como, también, a la especulación. con finalidades puramente pecuniarias, en torno al precio -que no valor- de las obras de arte.

Todo esto es sabido: a pesar de tratarse de un sector cuantitativa y comparativamente reducido de la industria cultural, lo cierto a estas alturas nadie puede seguir creyendo con algún fundamento que los artistas plásticos no han vuelto a ser ya -si es que alguna vez dejaron de serlo- en su inmensa mayoría (con todas las honrosas excepciones que se quiera) mercenarios y/o lacayos del poder. En este sentido, es posible que el trabajo de investigación y denuncia de Haacke haya quedado un tanto obsoleto (por su obviedad)...

Sin embargo, donde la agudeza de su mirada crítica vuelve a mostrarse es cuando, en la exposición que de su obra aún puede visitarse en Madrid, se ha decidido a dar una vuelta de tuerca a la crítica, y ha elaborado, de forma site-specific, el proyecto Castillos en el aire. Pues, en el mismo, a través de una compilación de fotografías y vídeos realizados en el extrarradio de Madrid, entre viviendas vacías y barrios a medio urbanizar, Haacke viene a poner de manifiesto una faceta tanto más interesante que la de las mentiras del mercado del arte (al fin y al cabo, como decía, tan reducido en su relevancia, tanto socioeconómica como cultural): incide, en efecto, más bien sobre la forma en la que el arte (más en general, podríamos decir, la forma estética) es empleado para enmascarar.

En efecto, nada más turbador que reconocer la forma en la que los especuladores urbanísticos españoles, acicateados por unas administraciones públicas en manos de políticos que lindan con lo venal y/o con la ceguera, vienen empleando la estética para encubrir el latrocinio de los bienes comunes (aquí, del suelo, del entorno, de la riqueza, de los sueños de la ciudadanía). Cómo se han revestido de belleza tantas canalladas.

Ello es sabido. Pero resulta particularmente perturbador observar esas calles vacías, en construcción, a las que ya se las ha sabido dar un nombre respetable: el de obras de arte, el de artistas, el de movimientos artísticos.

Tal vez no había forma mejor de revelar cuál es la concepción que el poder tiene del arte: no sólo adorno (¡ojalá!); sino también, y acaso sobre todo, disfraz.


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