"- (...) yo vivo quizá miles de tus días, y mi día es un año entero. Tanto tiempo que tú no podrías calcularlo.
- No, porque no te comprendo. Tú tienes miles de mis días, pero yo tengo miles de instantes para ser feliz y estar alegre. ¿Desaparecerá toda la hermosura del mundo cuando mueras tú?
- No -dijo el árbol-. Seguirá existiendo durante mucho más tiempo del que yo pueda imaginar.
- Pues entonces los dos vivimos lo mismo, aunque contamos de forma diferente."
(Hans-Christian Andersen, Det gamle egetræs sidste drøm)
El solterón ("pimentero") que muere descubrirá, al cabo, que no hubo un solo instante en el que fuese feliz realmente. Tan sólo estados de ensueño ilusorio, pronto arrasados por el feroz dolor del desengaño.
Y, sin embargo, verdaderamente fue toda una vida, tal inanidad.