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jueves, 1 de marzo de 2012

Variaciones en el imaginario del cine racista


Una mujer joven es secuestrada por los salvajes. Un familiar, de profesión aventurera, un verdadero outsider en la comunidad, se empeña en rescatarla: intenta proteger su honra (léase: su virginidad, su "pureza" sexual), amenazada por la concupiscencia de aquellos. Tras lograrlo, después de innumerables dificultades, devuelve a la mujer a la comunidad, y sigue adelante, por su solitario camino...

¿Suena de algo la descripción de este argumento? A cualquier cinéfilo le recordará a la trama de The searchers, la inmarcesible obra maestra de John Ford. Y, sin embargo, yo estaba contando la historia narrada en Taken, una película dirigida por Pierre Morel en 2008, que pude ver hace unos días. El parentesco argumental entre ambas películas resulta innegable. Las diferencias visuales también: frente al clasicismo de Ford, los estilemas del cine de acción contemporáneo. No obstante, creo que, más allá de ambas evidencias, hay mucho que reflexionar acerca de las diferencias temáticas entre las dos obras. Porque podría pensarse (de hecho, muchas veces se piensa así) que entre una y otra categoría de películas -un clásico y su variación contemporánea- existe tan sólo una actualización más o menos superficial de un argumento intemporal, así como una adaptación al estilo visual hegemónico en el presente. Hasta aquí -sigue el razonamiento- no hallaríamos sino la inevitable labor del tiempo sobre las representaciones culturales.

Sostengo, empero, que más importante que la "actualización" (argumental y formal) de la obra, es el trasfondo ideológico: esto es, los imaginarios sociales que una y otra obra vienen a representar. Y, en este sentido, podemos advertir una evolución, nada tranquilizadora, desde la película de Ford hasta la película de Morel. Es sabido que John Ford fue en su día acusado de racista y de transmitir una ideología anti-indígena. No obstante, el espectador de The searchers podrá contemplar cómo un personaje tan aparentemente de una pieza como Ethan Edwards (John Wayne), impávido guerrero, que se mueve por los márgenes más oscuros de su comunidad, administrador de la violencia que permite que la misma se constituya y pueda sobrevivir frente a su entorno (los "salvajes"), pese a todo, evoluciona. Nos hallamos, en efecto, ante un sujeto que, con el trascurso de la experiencia (la persecución del grupo de comanches que ha secuestrado a su sobrina Debbie (Natalie Wood), va transformándose interiormente: su racismo evidente se ve enfrentado al afecto que siente por la chica (y por la madre, muerta, de esta, de la que los indicios dicen que estaba enamorado). Y su convivencia con el enamorado mestizo de la joven, Martin (Jeffrey Hunter), hace que también haya de cuestionarse su convencimiento acerca de su superioridad. Por fin, Ethan acaba por aceptar -a regañadientes, si se quiere- que la pureza resulta mítica: que lo importante es la existencia de los seres humanos, y sus emociones. Y que, por consiguiente, su sobrina, aun si ya no es "pura" (en el tradicional sentido, patriarcal, del término), merece seguir viviendo: debe tener su oportunidad, porque es algo más que un cuerpo, es una existencia, una mente, unas emociones, un futuro, siempre incierto...


Nada de la evolución acabada de resumir hallaremos en Taken. Desde un mismo punto de partida, tanto en cuanto a la situación como por lo que se refiere a los personajes, aquí el protagonista, Bryan (Liam Neeson), que ocupa una posición similar a Ethan Edwards, como "protector" de la comunidad y gestor de su violencia constitutiva, se ha vuelto ya una máquina -expeditiva y eficiente, mas insensible- de aplicar la fuerza para lograr objetivos. No cabe en él comprensión alguna hacia los "salvajes" (significativamente: inmigrantes en situación irregular en el seno de la Unión Europea): simplemente les extermina, en "justo" castigo por su salvajismo. Y, por lo demás, tampoco cabe la posibilidad de comprender -menos aún de aceptar- la mezcla y la pérdida de la "pureza", racial y sexual. Al contrario, ello es visto como el sumo horror imaginable, precisamente aquél que el héroe ha de pugnar, incansable, por evitar.

Si se me permite (tal vez de forma algo temeraria) extraer alguna conclusión acerca de la relevancia de la comparación que acabo de realizar, de los imaginarios representados en ambas películas, me atreveré a decir que John Ford -más allá de su evidente maestría y sensibilidad artística- es capaz de adoptar un tono melancólico en el tratamiento de la tensión racial: la discriminación y el exterminio de la población indígena era ya, más que nada, cosa del pasado, en los Estados Unidos de América, en el momento de la producción de la película. (No lo era, por supuesto, el racismo que acosaba a la población afroamericana. Pero es dudoso que pueda extraerse alguna conclusión a partir de la película de Ford sobre este tema, que parece haber sido definitivamente apartado del imaginario representado -como lo estaba, en buena medida, del de buena parte de la sociedad blanca norteamericana, especialmente fuera del Sur.) Y ello permitía abrirse más a la experiencia de la otredad, sin el riesgo de experimentar un grave cuestionamiento de la propia identidad.

Por contra, la película de Morel (sin duda, de mucha menor calidad, tanto temática como visual) viene a representar un imaginario "de combate": el racismo europeo frente a la inmigración "ilegal" está a la orden del día, porque para él la presencia de ciudadan@s diferentes constituye una amenaza presente, y aun agudísima. Por ello, no resultan admisibles, en su seno, las matizaciones y equilibrios que sí que lo son en un contexto sociopolítico más relajado. Pues, para el pensamiento racista europeo contemporáneo, no hay enemigo pequeño: los salvajes sólo pueden ser  siervos nuestros o enemigos muertos (o que deberían serlo).

De todo lo cual acaso sea posible concluir, además, que el arte (en toda su grandeza, de profundización y de revelación) sólo resulta verdaderamente posible cuando ya nada está en juego, excepto la memoria y la representación. Lo que tal vez debería ser considerado, cuando desde tantas voces se reclama un arte extremadamente comprometido...


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