Siempre ha resultado claro que una de las perspectivas desde las que mayor interés se podía hallar en el peplum europeo de los años cincuenta a setenta del siglo pasado era la política : no podía ser de otro modo, en un momento de enorme efervescencia sociopolítica en todo el continente, tampoco el cine de género pudo permanecer al margen de la misma. (Otro tanto ocurrió, por idénticas razones, con el eurowestern.) Por ello, es casi siempre posible vislubrar visiones acerca de la política (contemporánea) en casi todas las películas del género, más allá de las convencionales historias de deseo y sentimientos que recubren la trama, a los efectos de permitir una narración más o menos acorde con los cánones narrativos del cine clásico.
(Por lo demás, es también evidente que buena parte de estas películas de género carecían de las suficientes cualidades formales, tanto en cuanto a unidad dramática como en cuanto a interpretación o a composición visual -y aun a diseño de producción- como para que las tomemos por ejemplos apreciables desde el punto de vista estilístico. Hay excepciones, claro, pero son las menos.)
En la película que ahora comento podemos encontrar una curiosa reflexión acerca del imperialismo y de la resistencia frente al mismo, plagada de contradicciones. De una parte, los personajes positivos de la trama parecerían ser los favorables a la dominación romana sobre Grecia. Sin embargo, si se examina con cuidado el argumento, se verá que los únicos argumentos en favor de contemporizar con los dominadores estriban en mantener la paz: en el miedo, en suma, a la gran potencia de los colonizadores. Por el contrario, los personajes más negativos, adalides de la independencia de Grecia y de Corinto, son presentados, pese a todo, de forma ambivalente: como individuos despiadados, sin duda, mas también como luchadores infatigables, hasta la muerte, en su resistencia frente al dominador.
Así, puestos a extraer moralejas políticas de la película, podríamos proponer la siguiente: para resistir al dominador (casi siempre, por definición, más poderoso), es preciso no tener piedad; y ni aun así hay seguridad ninguna de victoria en la resistencia, antes al contrario. Y, sin embargo, la resistencia es siempre posible: a un precio elevadísimo.
En la película que ahora comento podemos encontrar una curiosa reflexión acerca del imperialismo y de la resistencia frente al mismo, plagada de contradicciones. De una parte, los personajes positivos de la trama parecerían ser los favorables a la dominación romana sobre Grecia. Sin embargo, si se examina con cuidado el argumento, se verá que los únicos argumentos en favor de contemporizar con los dominadores estriban en mantener la paz: en el miedo, en suma, a la gran potencia de los colonizadores. Por el contrario, los personajes más negativos, adalides de la independencia de Grecia y de Corinto, son presentados, pese a todo, de forma ambivalente: como individuos despiadados, sin duda, mas también como luchadores infatigables, hasta la muerte, en su resistencia frente al dominador.
Así, puestos a extraer moralejas políticas de la película, podríamos proponer la siguiente: para resistir al dominador (casi siempre, por definición, más poderoso), es preciso no tener piedad; y ni aun así hay seguridad ninguna de victoria en la resistencia, antes al contrario. Y, sin embargo, la resistencia es siempre posible: a un precio elevadísimo.
Puede verse aquí mismo la película completa: