"El escritor siempre podrá hacer la experiencia de que cuanto más precisa, esmerada y adecuadamente se expresa, más difícil de entender es el resultado literario, mientras que cuando lo hace de forma laxa e irresponsable se ve recompensado con una segura inteligibilidad. De nada sirve evitar ascéticamente todos los elementos del lenguaje especializado y todas las alusiones a esferas culturales no establecidas. El rigor y la pureza de la trama discursiva, aun en la extrema sencillez, más bien crean un vacío. El abandono, el nadar con la corriente familiar del discurso, es un signo de vinculación y contacto: se sabe lo que se quiere porque se sabe lo que el otro quiere. (...)
(...) Centrar la expresión en la cosa en lugar de la comunicación es sospechoso: lo específico, lo que no está acogido al esquematismo, parece una desconsideración, una señal de hosquedad, casi de desequilibrio. La lógica de nuestro tiempo, tan envanecida de su claridad, ingenuamente ha dado recibimiento a tal perversión dentro de la categoría de lenguaje cotidiano. La expresión vaga permite al que la oye hacerse una idea aproximada de qué es lo que le agrada y lo que en definitiva opina. La rigurosa contrae una obligación con la univocidad de la concepción, con el esfuerzo del concepto, cualidades a las que los hombres conscientemente se desacostumbran, y exige la suspensión de los juicios corrientes respecto a todo contenido, y, con ello, un aislamiento al que los hombres enérgicamente se resisten. Sólo lo que no necesitan entender les es inteligible; sólo lo en verdad enajenado, la palabra acuñada por el comercio, les hace efecto como familiar que es. Pocas cosas hay que contribuyan tanto a la desmoralización de los intelectuales. Quien quiera evitarla deberá ver en todo consejo de atender sobre todo a la comunicación una traición a lo comunicado"
(...) Centrar la expresión en la cosa en lugar de la comunicación es sospechoso: lo específico, lo que no está acogido al esquematismo, parece una desconsideración, una señal de hosquedad, casi de desequilibrio. La lógica de nuestro tiempo, tan envanecida de su claridad, ingenuamente ha dado recibimiento a tal perversión dentro de la categoría de lenguaje cotidiano. La expresión vaga permite al que la oye hacerse una idea aproximada de qué es lo que le agrada y lo que en definitiva opina. La rigurosa contrae una obligación con la univocidad de la concepción, con el esfuerzo del concepto, cualidades a las que los hombres conscientemente se desacostumbran, y exige la suspensión de los juicios corrientes respecto a todo contenido, y, con ello, un aislamiento al que los hombres enérgicamente se resisten. Sólo lo que no necesitan entender les es inteligible; sólo lo en verdad enajenado, la palabra acuñada por el comercio, les hace efecto como familiar que es. Pocas cosas hay que contribuyan tanto a la desmoralización de los intelectuales. Quien quiera evitarla deberá ver en todo consejo de atender sobre todo a la comunicación una traición a lo comunicado"
Theodor W. Adorno, Minima Moralia, §64