Es claro que la dinámica del capitalismo financiero y de la mercantilización (en el sentido, estricto, del. término inglés commodification) generalizada de la vida y del mundo aboca a una vida irracional: volcada hacia un futuro hipotético, irreal; incapaces de ejercitar el carpe diem, de disfrutar de lo presente... menos aún de recordar y valorar lo pasado.
Mercedes Álvarez, en su último documental, viene a ponernos delante de ojos y oídos tamañan irracionalidad: porque todo es mercancía, todo es retórica, todo es irreal. Como muy bien observó Karl Marx, no es posible, en realidad, existir -en ningún sentido auténtico- únicamente con mercancías.
Sin embargo, el/la espectador(a) avisad@ (política y científicamente avisad@) acabará, al fin, decepcionad@ por el contenido de la película. (Por lo que hace a la forma, Mercedes Álvarez no ha jugado nunca en la liga de los experimentadores formales -ni siquiera en la de los inquietos.)
Decepcionad@, porque la mostración se limita a articular una vaga denuncia humanista de los absurdos de la mercantilización. Sin embargo, no es posible, con la película, penetrar en realidad en la dinámica socioeconómica real: nos vemos, en efecto, forzados a quedarnos tan sólo en la superficie más aparente: la cháchara insulsa de los formadores en habilidades de liderazgo y gestión empresarial, la charlatanería de los vendedores, la estupidez de los consumidores, el estrés de los operadores de mercados financieros,...
Nada de todo esto, sin embargo, nos permite (por superficial) separar el grano de la paja, como una obra de arte excelente debería permitir. No resulta factible, así, en el plano de los caracteres, conocer a las personas que existen detrás de las máscaras sociales (de trabajador@s y de consumidor@s). Como tampoco lo es, en el de las situaciones, llegar a distinguir qué partes de la abstracción que la mercantilización conlleva constituye una característica ineludible de cualquier economía en la que operen los mercados (no sólo, pues, en las capitalistas) y qué parte, por el contrario, obedece a ese reinado del marketing y de la especulación en la que crecientes sectores de la economía capitalista se han ido hundiendo.
Es por ello por lo que, en último extremo, una película documental como esta (que, en principio, desde el punto de vista político, no puede ser vista sino con la máxima simpatía/) acaba por ser tremendamente decepcionante: por su falta de profundidad. Estética, desde luego. Pero también (y la consecuencia parece inevitable) también política.