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jueves, 22 de septiembre de 2011

The tree of life (Terrence Malick, 2011)


Inevitablemente, uno (uno, que sigue la actualidad cinematográfica -no así algun@s de mis compañer@s de proyección, que parecían haberse equivocado de sala, tan perplej@s y acobardad@s que estaban ante la película), cuando va a ver esta película de Terrence Malick, lleva su mente completamente plagada de pre-juicios: trascendentalismo, religión, grandiosidad, metafísica, obra maestra, fiasco,... Estos son las etiquetas que la crítica viene empleando para calificarla. Y algo de todo ello hay, sin duda, en la película. No obstante...

En primer lugar, desearía romper una lanza en favor de una interpretación (posible, no necesaria, desde luego) atea de la película. Seguro que Malick cree en dios, o comparte la filosofía trascendentalista de Ralph Waldo Emerson, como ha sido señalado. Sin embargo, si miramos a la obra y no al autor, no veo cómo podríamos defender que hay ahí algún mensaje inequívocamente religioso. Ello, claro está, salvo que tengamos una visión estrambóticamente anómala de lo que significan la religión o la trascendencia (una visión más parecida a los cuentos de colegios de monjas -en países católicos y, por ello, religiosamente incultos- que a la verdadera teología cristiana): si alguien está dispuesto a ver a dios en -pongamos- un amanecer o un volcán, entonces, claro, la obra es religiosa. Sin embargo, por lo demás, aun en el plano de los contenidos (de la historia narrada), The tree of life resulta ser escrupulosamente materialista: tan sólo aparecen cosas inanimadas, cuerpos y estados mentales (pensamientos, emociones,...). ¿Cabe darles una interpretación religiosa? Desde luego: si se tiene fe. Pero sólo así.

Pues yo -que, por supuesto, no tengo tal fe- solamente veo en la historia narrada en la película una historia apabullantemente anticristiana, y aun antirreligiosa: o de cómo las creencias religiosas chocan de manera frontal con la realidad, para sólo poder ser mantenidas a base de irracionalidad (por lo demás, no otra cosa han pretendido nunca las grandes y pequeñas religiones que en el mundo han sido: "credo ut intelligam"), y acabar por destrozar por dentro el espíritu de las personas que las mantienen. No hay, en efecto, personajes más infelices que los personajes profundamente creyentes de la historia, que, enfrentados a un mundo que carece de sentido, que es a veces cruel, no hallan en realidad más que tormento y culpabilidad en sus creencias (y, tal vez, algo de pueril consuelo además).

A este respecto, creo que conviene volver a llamar la atención sobre la ya vieja idea de que habría que ser capaces de separar a la obra de su autor. Y, por consiguiente, ser capaces igualmente de distinguir entre la voz del autor, la voz del narrador y las voces de los personajes. Puede, como digo, que Malick sea creyente, mas los personajes creyentes que refleja rayan con la paranoia: ¿qué pensar, si no, de esa escena, en la parte final de la película, en la que Jack (Sean Penn) vuelve a enfrentarse a los espectros/ almas (táchese lo que no proceda) de sus familiares difuntos, en un encuentro escenificado -en su mente, cabe adivinar- tan pueril como desesperanzador?

En suma: si la película de Terrence Malick ha de ser vista como una obra religiosa, no puede serlo, desde luego, en el mismo plano que los los caminos de plasmación de la trascendencia que fueron ensayados -con tan espléndidos resultados- por directores como Dreyer, Bergman, Bresson, Schrader o Ferrara. Antes al contrario, estaríamos ante una edulcorada visión, más propia de viejas estampas misioneras acerca de la religión que de una mínimamente aceptable para sujetos contemporáneos. Ocurre, sin embargo, que, hasta aquí, nada se ha dicho de la forma...

Queda, en efecto, la forma. Pues no es posible analizar o juzgar una película como The tree of life sin referirse de forma detenida a su forma. En este sentido, anticipo que, a mi entender, la misma resulta en última instancia insatisfactoria. Insatisfactoria, en tanto que una mixtura, poco trabajada (y, por ello, incoherente), de varios estilos, contradictorios entre sí. Hallamos, así, en The tree of life escenas filmadas en un estilo más clásico: la mayoría de la parte central, que narra las tribulaciones preadolescentes de Jack están filmadas de ese modo. Escenas puestas en imágenes acogiéndose a formas eminentemente contemporáneas (también clásicas, no obstante, aunque renovadas) de movilidad de la cámara y de puesta de manifiesto de los espacios por los que ésta transita: toda la parte protagonizada por Jack adulto se acogería más bien a esta modalidad estilística, como lo están también las escenas con dinosaurios del Mesozoico. También tenemos imágenes contemplativas, de raigambre documental, de fenómenos naturales. Y, en fin, hallamos otras secuencias filmadas con un estilo ("experimental" lo llamarían algunos) netamente desestabilizador y materialista.

El conjunto, no obstante, no acaba de fraguar, a mi entender. ¿Con qué nos quedamos, entonces? Personalmente, yo me quedaría -dentro de esta obra profundamente irregular y mal hilvanada- con la apabullante historia de la mente humana (y sus angustias) enfrentada a la materia tenaz. Con el relato de unos seres que descubren que su voluntad es débil, sus ansias fútiles, que se desesperan y claman ante su dios, que quieren verle en cualquier y en todo lugar, con escaso éxito.

Todo ello, filmado a través de una cámara que, en las secuencias verdaderamente turbadoras (que no son las más convencionalmente "bonitas", sino, en mi opinión, las más inestables en su composición visual: esos fragmentos de cuerpos, de hojas, de cielo,...), nos está mostrando, mientras los personajes piensan, anhelan y sufren, cuál es la realidad: la materia, lo sensible. Nada más.

(Es posible leer una sugerente reflexión sobre la película en el último número -60- de Senses of Cinema.)





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