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domingo, 25 de septiembre de 2011

"Saint François d'Assise": cómo traicionar (lealmente) a Olivier Messiaen


"Seigneur! Seigneur! Musique et Poésie m'ont
conduit vers Toi: par image, par symbole et par
défaut de Verité."

Las personas aficionadas al arte y a la música estamos habituadas a enfrentarnos al arte sacro: en Occidente, como en muchas otras culturas, los poderes religiosos han sido -y, a veces, siguen siendo- tan fuertes que han patrocinado buena parte de la creación expresiva, instrumentalizándola para sus propios fines, en una relación de (sospechosa) simbiosis entre artistas y clérigos.

Estamos acostumbrados y, sin embargo, en la contemporaneidad, nuestra forma usual de afrontar el arte sacro es el formalismo. Nos fascinan, en efecto, la figuración de la pintura y de la escultura de las iglesias románicas o las alambicadas estructuras de Johann Sebastian Bach. Eludimos su significación trascendente y nos quedamos atrapados en la fascinación por la forma. Podemos permitírnoslo, pensamos, dado que aquellas formas de religiosidad ya no nos interpelan verdaderamente, nos resultan "anticuadas", por lo que podemos, cómodamente, quedarnos con la forma, vaciándola de su contenido (aun si -por mor de hacer posible la interpretación- lo conocemos).

¿Qué hacer, entonces, con el arte sacro contemporáneo? ¿Qué hacer, por ejemplo, con Olivier Messiaen? Podemos, tal vez, olvidarnos de que era un compositor profundamente católico cuando, a pesar de la explicitud de sus títulos, nos sumergimos en sus obras instrumentales: puedo aplicar la estrategia que aplico a Bach o a las misas de Mozart y disfrutar de los trenzados melódicos y armónicos del órgano en La Nativité du Seigneur, esforzándome en ignorar sus pretensiones de trascendencia. Pero, ¿cómo podría hacer algo parecido con su ópera, Sainte François d'Assise?

Es obvio que Saint François d'Assise es una obra dramática, con un argumento. Tal vez no sea, es cierto, un argumento convencional de la tradición belcantista (como, por lo demás, tampoco lo son los de tantas óperas contemporáneas), pero existe: es una narración, a través de la combinación de la música y de las letras cantadas, del trayecto de un ser humano (Francesco d'Assisi) hacia la gracia divina y hacia la santidad. ¿Qué hacer, si uno no cree que exista tal gracia divina? ¿Podré yo disfrutar aquí de la forma igualmente,si  prescindo de los mensajes religiosos que, de forma inequívoca, la música intenta transmitir?

Me parece obvio que, en una obra de las características de esta ópera, la tradicional estrategia de recepción e interpretación del espectador(a)/oyente contemporáneo(a) -la estrategia, antes evocada, del formalismo- no puede funcionar: no podremos entender  nada, ni disfrutarlo, no podremos seguir al piano, a la percusión, a las ondas Martenot,... si no nos referimos a los pájaros, a los ángeles, a la gracia y a dios. Que constituyen el transfondo significativo de tales recursos sonoros, así como de las (intrincadas) estructuras armónicas de la obra.

Una persona atea, entonces, se ve obligada a buscar una nueva estrategia para entrar en la obra. Si -como es mi caso, piensa que se trata de una obra musical (artística) importante, que no puede ser orillada sin más, deberá buscar alguna solución, si es que -como he intentado argumentar- el puro formalismo le está en realidad vedado (si es que quiere entender algo verdadaderamente). Mi propuesta, en este sentido, es reconstruir el discurso de Messiaen.

Reconstruir el discurso de Messiaen y, sin embargo, pretender permanecer fiel (de alguna manera, sólo de alguna manera...) a su espíritu. Ello pasa, según creo, por reintepretar la historia narrada -tanto a través del argumento verbalmente explícito como mediante la música- en términos estrictamente humanos. Desde este punto de vista, me parece posible ver a Francesco como un hombre a la busca de su propia trascendencia. Una trascendencia, acaso, realmente inexistente. Pero no por ello menos ansiada y pretendida. Parece evidente, en efecto, que, más allá de la vida social (que tantas energías nos consume), nuestra mente preserva siempre un deseo de absolutidad; de experiencias absolutas. Tal vez ellas no existan en realidad. Mas ello no empece a que -en un ser humano no tan racional como desearía creerse- el deseo subsista.

Desde este punto de vista, la historia de Saint François d'Assise puede ser contemplada como la del tránsito de la consciencia a través de las moradas del propio espíritu (por emplear la hermosa expresión teresiana). De un camino que transita desde la angustia, avanza hacia el propio conocimiento y hacia el renunciamiento (en las escena del leproso: búsqueda y aceptación del sufrimiento, abrazo a lo diferente y repugnante). Anda a través del abismamiento en uno mismo (en la inmanencia: la escena de la audición de la música celestial). A través del acceso, sereno, atento, a lo real (lo material), en su sentido más intenso, sensitivo: la escena de los cantos de los pájaros. Hasta, en fin, la recepción efectiva de la "gracia": esto es, de la serenidad y del conocimiento, que conducen al anonadamiento (y, al cabo, en el mejor de los casos, al éxtasis).

Todas estas son experiencias ineluctablemente humanas. Es posible revestirlas: con quimeras de providencia, gracia, salvación y armonía con un pretendido ser superior, creador, clemente y redentor, como hace Messiaen. Mas el genio de éste, y el interés de su obra, sin duda alguna, no estriba en repetir por enésima ocasión los tópicos de la teología católica (tan dudosa), cuando lo han sido ya tantas veces, frecuentemente con una desgana o una rutina insoportables. No, es claro que, si Messiaen nos interesa, ello es porque es él fue capaz de dotar de musicalidad a nuestras experiencias: las de tod@s.

Y, aun confesando que hay partes de esta ópera que no me parecen de lo más brillante que Messiaen ha compuesto (hay un exceso de expresividad kitsch en la música de algunas escenas: acaso en la escena de los estigmas y en alguna otra), pese a ello, creo que la notable -e inefable- combinación de cromatismo e imitaciones de cantos de pájaros, de percusiones y piano, de fragmentos que se vuelven expresión de lo sublime a través del trabajo de las ondas Martenot, todo ello llega a emocionar; particularmente, si al tiempo se está contemplando la representación de la historia (y se ve, como he sugerido, a un cierto trasluz).

Se produce, pues, una cierta relevación, a través de la forma (musical, ante todo, aunque también verbal). Que es en lo que, según pienso, consiste verdaderamente la belleza. La revelación de un camino de experiencia (presentada en la obra como trascendente), a través de la conformación de la materia (mediante la propia sensibilidad): tal es el camino que realiza Francesco. Y Messiaen nos fuerza a realizarlo junto a él.



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