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jueves, 21 de abril de 2011

Jean Améry: Jenseits von Schuld und Sühne


Jean Améry fue una víctima: de las gravísimas violaciones de derechos humanos cometidas por el nacionalsocialismo alemán; de su intento de genocidio sobre la población europea de origen judío; de su política de reconstrucción del estado y de la nación alemanas.

Y, sin embargo, Jean Améry no ha deseado -no sólo, al menos- dar testimonio. No, ha pretendido, más bien, (re)alzar la voz: recuperar su voz, la voz de la víctima. Una voz que no es, ni puede ser nunca, la de la persona o el grupo social que fueron victimizados. Porque la víctima es, ya, otro ser humano, diferente, de aquél que sufrió la violencia y la injusticia. Es esa otra persona, que es y siempres será víctima, quien intenta hablar, por la boca de Améry.

El libro que comento (hay traducción al castellano, de E. Ocaña, en la Editorial Pre-Textos, Valencia, 2001) habla, en sus cinco ensayos, de cinco cosas distintas, pero que en el fondo son la misma: habla de cómo se siente la víctima culturalmente inquieta en el campo de exterminio; habla de lo que siente la víctima de la tortura; habla de lo que siente la persona exiliada; habla de la extraña sensación de ser estigmatizado en atención a tu identidad, a lo que eres (y, quieras o no, no puedes dejar de ser); habla de la necesidad de preservar el rencor, de negar el perdón, de reivindicar, siempre, siempre, la propia condición de víctima.

Hoy, que tantas jeremiadas tenemos que soportar (supuestamente) en nombre de las víctimas, conviene volver a Améry. Porque, por una parte, él habla siempre como una víctima, nunca lo olvida. Y conviene que no lo olvidemos nosotros tampoco, que creemos que a base de "humanitarismo" vamos a suprimir tal condición (o, al menos, su parte inquietante: quejumbrosa, desazonadora para nuestra "buena conciencia"): Améry nos recuerda que nunca podremos pagar por lo que nuestra sociedad hace a nuestras víctimas. Que, en realidad, nunca estaremos dispuestos a pagarlo. Que nunca asumiremos verdaderamente nuestra culpa -por acción o por omisión- en su sufrimiento. Y que, por ello, ellas tienen siempre el derecho, y hasta el deber, de guardarnos rencor, como sociedad, como "inocentes" (que no saben, porque no han sufrido).

Pero, en otro sentido, Améry nos recuerda también que la víctima no es (no debe ser) el llorica, la persona autocompasiva, la que reclama privilegios, en atención a cuanto ha sufrido. Que la víctima no recupera su dignidad si no lucha (primero, y ante todo) en contra de sí mismo, de su muy humana tentación a exigir piedad. No, la víctima sólo recupera su dignidad si lucha por ella, si se rebela: contra sí mismo, contra la sociedad que le ha hecho cuanto le hizo, contra los "inocentes" que pretenden "superar" el pasado a base de humanitarismo.

Que solamente la revolución, en suma, que destruye la sociedad victimizadora, reconstruye por completo la dignidad de la víctima. Y vuelve posible la reconciliación entre esta y el resto de sus congéneres.


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