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domingo, 27 de febrero de 2011

White trash: amar (por no llorar) -a propósito de tres películas recientes


Recientemente he tenido oportunidad de ver tres películas notables: Animal kingdom, dirigida por David Michôd, The fighter, dirigida por David O. Russell y Pa negre, dirigida por Agustí Villaronga. Las tres, según creo, tienen -entre otras cosas- algo común e interesante: constituye sendos y crudos retratos de eso que, con un toque perversamente clasista, se ha dado en denominar white trash (basura blanca). Esto es, de la parte más degradada del proletariado de la etnia dominante: aquella que, dentro de dicha etnia, ocupa los empleos de peor calidad; y, además, con una notoria ausencia de capital social que lo respalde.

Como persona muy alejada culturalmente de ese medio social y, sin embargo, interesado por los avatares de los grupos sociales más explotados de nuestra sociedad, me ha parecido particularmente interesante el retrato de las formas de la afectividad. Se trata, en efecto, de personas que no tienen ninguna oportunidad de ascenso social; cuyos derechos humanos son pisoteados todos los días; que no gozan de ningún reconocimiento por parte de los criterios hegemónicos de valoración (de su moralidad, de su gusto, de sus costumbres, etc.); que apenas poseen capital social (muy poco, el justo para intentar sobrevivir en su degradado entorno).

En ese contexto (infernal, tiendo a decir, aun cuando comprenda que, cuando alguien ha sido socializado en el mismo y no tiene conocimiento de ningúna alternativa real -que no sea la mitología ideológica producida por la industria cultural y por los medios de comunicación- al mismo, el horror aparecerá, para esa persona, algo relativizado), la vida emocional tiende a operar con dos funciones diferentes:

- En unos casos, cuando ello es posible, como instrumento de dominación. En las tres películas que comento aparece el papel de la "madre castradora", que, "por el bien de su familia", domina a sus hijos e hijas, restringe su (ya, de por sí, limitadísima) libertad de elección y preserva la estructura social (familiar), aun a costa de la individualidad.

- En el resto de los casos (cuando la dominación no es posible), la afectividad aparece en ambas películas como el reino de la ilusión, que debería intentar -vanamente- sustituir a las satisfacciones reales que al explotado y marginado le son efectivamente negadas. Así, frente a la injusticia, frente a la opresión, el amor (sexual, familiar, amistoso,...) deberían operar como verdaderos sustitutivos, psicológicamente gratificantes.


Se trata de estrategias de comportamiento se pretenden racionales: en una situación de desamparo material efectivo, la vuelta hacia lo interno, hacia la emocionalidad, puede parecerlo.

Por supuesto, sin embargo, lo que las tres películas muestran es cómo dicha sustitución resulta, de hecho, imposible: cómo la explotación y la dominación acaban generando formas de afectividad tan pervertidas (el amor como dominio, el afecto como degradación y como tentativa con vocación de fracaso) que las mismas acaban por crear tan sólo más sufrimiento. Cómo, en fin, la marginación genera "monstruos emocionales".

Cómo, pues, sin derechos humanos garantizados efectivamente, no es posible ninguna forma de afectividad razonablemente sana. (Lo cual, por cierto, explica muchos fenómenos sociales difícilmente comprensibles desde otros puntos de vista.)

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