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lunes, 21 de febrero de 2011

Estética conductista y cine clásico: una nota


El otro día estuve viendo Lady in the lake, la película que Robert Montgomery dirigió en 1947 a partir de la conocida novela de Raymond Chandler. Como es sabido, esta película es conocida especialmente por la peculiar solución visual adoptada por Montgomery (que encarna a Phillip Marlowe, el protagonista), consistente en centrar la toda película en torno a planos subjetivos, atribuyendo a la composición del plano el rol narrativo de punto de vista del protagonista, compartido por el/la espectador(a).

Al verla, he recordado la impresión que, hace algunos años, me había producido Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008). También ésta, desde luego, partía de un presupuesto estilístico que pretendía distanciarse de la forma convencional de la narración cinematográfica: aquí, se trataba ante todo de la distancia (que, desde el punto de vista de las convenciones estilísticas clásicas, resultaba notablemente “exagerada”) que, tanto en el aspecto visual como en el sonoro, mantenía el aparato cinematográfico de representación respecto de la diégesis de la narración. Sin embargo, en mi opinión (y en la de much@s crític@s), resulta dudoso que esta opción formal contribuyese realmente a incrementar el distanciamiento –al modo prescrito por la estética de Brecht- o la (evanescente) “objetividad”. Creo, en suma, que la película no permitía en realidad aumentar nuestro conocimiento de los hechos narrados. (¿Que los activistas de un grupo armado tienen también una vida? ¿Que la violencia surge en cualquier momento?... Banalidades…) Y, en ese sentido, resultaba fallida.


Me pregunto, ahora, si no ocurre que los estilos cinematográficos desmedidos, completamente carentes de equilibrio (un ejemplo caricaturesco sería Ken Russell) resultan siempre impotentes, en tanto que métodos de conocimiento (artístico). Cuando menos, mientras se mantengan, en último extremo, dentro del paradigma estilístico clásico, y no rompan con él (obviamente, ni Robert Montgomery ni Jaime Rosales son Jean-Luc Godard, ni lo pretenden).

Entiéndaseme: Alfred Hitchcock (en Lifeboat, en Rope), Orson Welles o Dario Argento (estos dos, en prácticamente todas sus películas), por ejemplo, llevaron a cabo verdaderos tours de force, en torno a los límites formales de la expresión en el paradigma estilístico clásico. Y lo hicieron, igualmente, con fines eminentemente expresivos. Sin embargo, y a pesar de la sobrecarga estilística de tales obras, en último extremo, se preservaba en ellas la particularidad del paradigma clásico: la (relativa) transparencia del aparato de representación, la composición visual con finalidad narrativa y/o expresiva y respetuosa de unas convenciones consideradas “naturales”,…

Es decir, en último extremo, todos los directores acabados de citar, por más alambicadas que resultasen ser sus puestas en imágenes, renunciaban a la veleidad conductista. Precisamente, aquella en la que, en mi opinión, caen en sus respectivas películas tanto Robert Montgomery como Jaime Rosales.

Y es que el conductismo se compadece mal con el paradigma clásico: ¿cómo, en efecto, conjugar la transparencia narrativa con lo que –como, en realidad, sucede con la conducta humana- resulta opaco e inescrutable? La narración se ve perturbada por esta tensión…

En todo caso, y más allá de la valoración estética que nos merezca la forma empleada, creo que es interesante apercibirse de dichas tensiones formales (y narrativas). Ya que, en arte, la tensión (y el fracaso, y la impotencia) pueden resultar tan esclarecedoras o más que las obras maestras.

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