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miércoles, 20 de octubre de 2010

Releyendo a Stendhal: sobre el elitismo moral de los intelectuales


Releyendo recientemente algunas de las obras más importantes de Stendhal (Le rouge et le noir, La Chartreuse de Parme), volví a recordar algunas impresiones que en su día más me impactaron de la lectura de toda su obra narrativa.

Entonces, lo que más me había llamado la atención es el discurso reflexivo que los personajes protagonistas de Stendhal (también en Lucien Leuwen) mantienen, casi siempre para su coleto. Un discurso netamente anti-aristocrático, y bastante anti-burgués. Y, sin embargo, un discurso que viene a criticar la ideología burguesa, pricipalmente, a partir de valores aristocráticos. De manera que las clases populares prácticamente operan en sus novelas como un trasfondo, como un paisaje; nunca como auténticos personajes (relevantes) o fuentes del imaginario de los mismos.

Debido al tiempo en el que vivió, Stendhal forma parte de esos intelectuales críticos con la modernidad capitalista que se está volviendo evidentemente -también Francia ya- hegemónica, traicionando los mejores ideales de la Revolución; pero que, a causa del proceso de socialización que han experimentado, son incapaces de imaginar que las clases populares (ese enigma, ese monstruo) puedan resultar protagonistas. De manera que, entonces, casi necesariamente, la crítica anti-burguesa (más culturalmente anti-burguesa que socioeconómicamente anticapitalista) acabe fluyendo a partir de valores tradicionalmente caballerescos (vale decir: feudales): galantería, elegancia, altura de espíritu, etc.

(Resulta curioso observar cómo, en ese momento, es el pensamiento más reaccionario -Balzac, pero también De Maistre o Chateabriand- quienes parecen aproximarse más empáticamente, aun con su desprecio, a las clases populares...)

Hará falta casi un siglo de pensamiento socialista para que la actitud de algunos intelectuales cambie ante el pueblo: para que puedan empezar a creer que también las personas que sufren la pobreza, la dominación y la explotación tienen valores morales, creencias, cultura e inquietudes. Y que hay que escucharlas, que sus opiniones importan.

Y, sin embargo, hoy, otra vez encontramos a intelectuales -sedicentemente "progresistas"- que vuelven a las andadas (¿fruto del declive de los ideales socialistas?): sólo hay que escuchar cómo, tantas veces, se vuelve a apelar a las "grandes verdades eternas"; esto es, a las proposiciones que los poderes han metido en sus cabecitas lindas, para despreciar lo que piensan y sienten las "personas comunes" (pobres). Pongamos ejemplos: "burka", prostitución, racismo, derechos humanos,... Todos estos conceptos pretenden ser definidos desde esas "ideas eternas" (vale decir: desde el poder -ideológico- hegemónico); en contra, muchas veces, de lo que el común de los ciudadanos y ciudadanas reales (no sólo piensan, sino, incluso) podrían llegar a pensar, aun colocados en una posición ideal de racionalidad.


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