Pablo Trapero inició su carrera como director de cine desarrollando una obra que podríamos calificar de realismo social formalista: tanto en Mundo grúa (1999) como en Familia rodante (2004), por ejemplo, presentaba esbozos de la dinámica de la vida social (el trabajo, la familia) vista desde una perspectiva eminentemente colectiva, al modo usual del realismo social (personajes comunes, representativos). Pero lo hacía mediante una forma de trabajar la imagen (encuadre, iluminación, movimiento de cámara, grano), así como el sonido (extremada limitación del sonido extradiegético) que la ubicaban claramente del lado del formalismo "sucio" (al modo, por poner un ejemplo, de los hermanos Dardenne), antes que de un "realismo de la (retórica de la) transparencia" (al modo que -antiguamente- pudo representar Jean Renoir y, hoy, , en sus mejores momentos, Ken Loach).
(Es cierto, no obstante, que su formalismo nunca ha llegado a estar tan conseguido como otros -el de los Dardenne, por ejemplo: siempre fue posible detectar una cierta falta de profundidad en las estructuras dramáticas que se presentaban -de un modo formalista- a nuestra consideración. O, acaso, antes de superficialidad, habría que hablar de insignificancia de tales estructuras: ¿insignificancia perseguida conscientemente, o bien incapacidad para profundizar?)
En Leonera (2008) pudimos comprobar cómo se esforzaba en aplicar su estilo cinematográfico a una narración que se inclinaba visiblemente de un modo progresivo hacia géneros consagrados (el melodrama, el drama carcelario), pretendiendo guardar un extraño equilibrio.
Ahora, en Carancho, contemplamos cómo Trapero afronta el reto de aplicar su estilo formalista a una narración estrictamente genérica: de género negro. Podemos comprobar cómo la formalización de la historia narrada la vuelve más inquietante. Cómo Pablo Trapero es capaz de lograr lo que -por ejemplo- Juan José Campanella nunca ha sido capaz (en la tan comentada El secreto de sus ojos, 2009), a causa de su ineptitud para dar forma a la inquietud de la historia. Cómo articula una narración fatalista y áspera (acaso algo aguada, sin embargo, por la interpretación blanda y "conmovedora" de Ricardo Darín).
Es claro: el formalismo sucio parece funcionar adecuadamente en un contexto que también es sustantivamente sucio (moralmente ambiguo e inquietante), como el del género negro. Resta, no obstante, la pregunta de si un estilo aparentemente tan consolidado puede enfrentarse a nuevos retos genéricos, algo diferentes. Habrá que verlo.