¿Qué es lo que sienten los esclavos (el género, aquí, está premeditadamente marcado)? Existen miles de testimonios y muchísimas obras acerca de la condición de l@s oprimid@s y explotad@s. Y, sin embargo, en su abrumadora mayoría, son bien puros testimonios individuales, o bien estudios globales (de hechos materiales, de representaciones simbólicas, etc.). En todo caso, se trata prácticamente siempre de escritos construidos en torno a hechos empíricos, expuestos y -en el mejor de los casos- analizados causalmente.
No es frecuente, no obstante, hallar análisis más profundos de la estructura de interacción social en que consiste la esclavitud. (Sí de su inserción en sistemas sociales completos... pero esto es otra cosa.). Análisis que sean capaces de desmenuzar la complejidad de esa interacción en la que, de una parte, hay dos seres naturalmente (vale decir: biológicamente) iguales, dado que pertenecen a la misma especie zoológica; pero que, de otra parte, interactúan a través de una estructura social en la que, sin embargo, aparecen como seres de categorías cualitativamente distintas (el amo y el esclavo no son dos personas en posiciones distintas: son dos clases distintas de seres). Esa interacción que, desde el punto de vista teórico, presentó impecablemente G. W. F. Hegel, en una conocida sección (en el capítulo IV) de la Fenomenología del espíritu, desde una perspectiva más atenta (no sólo a la interacción social entre amo y esclavo, sino también) al efecto de la misma sobre la construcción -social, diríamos, en nuestra terminología filosófica actual- de las categorías de la ontología que enmarca a la existencia humana.
En este sentido, el mejor análisis que hasta hoy he hallado, expresado -como no podía ser de otro modo- a través de su testimonio, penetrantemente analítico, acerca de la experiencia de ser un trabajador esclavo en los campos de concentración alemanes del nacionalsocialismo, es este magnífico libro de Robert Antelme. En él, no encontramos tan sólo las previsibles narraciones de barbarie, de miseria y de degradación de la humanidad, de crueldad y de tropelías en contra de los derechos humanos, usuales en la "literatura de los campos". Todo esto está, desde luego (aunque es cierto que, al no tratarse de la experiencia del exterminio masivo deliberado, como en el caso de las víctimas de los campos de exterminio -la de las víctimas judías, gitanas, homosexuales, etc.- una cierta sensación de absurdo no está aquí tan presente). Pero, sobre todo, está la profundidad de visión de un hombre (ilustrado, coherentemente izquierdista en sus valores morales y en su visión del mundo... y que -muy importante- se encuentra sorpresiva e imprevisblemente sujeto a la condición de esclavo, por lo que aún no ha tenido tiempo de naturalizar en su pensamiento las categorías sociales de la interacción esclavista) que presencia y testimonia acerca de cómo se construye el universo de la esclavitud. Y de cómo ese universo se establece a través de la fijación de una serie de patrones de interacción entre amos y esclavos, así como entre los esclavos mismos.
Y, claro está, de cómo esas formas corrompidas de interacción social no son sino una expresión extrema de todo ese grupo de formas de interacción basadas en la opresión y la explotación. Y de cómo, pese a todo ello, la humanidad (sí, la humanidad de los esclavos: eso que podríamos denominar -metafóricamente- su "dignidad") resurge una y otra vez, a pesar de el objetivo supresor de la misma que el sistema esclavista conlleva.
Estremecedor, pues, testimonio del horror. Mas, también (y esto no es tan frecuente), esclarecedor.