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jueves, 12 de agosto de 2010

Charles Tilly: Coercion, Capital, and European States, AD 990-1992


Este libro (Blackwell, Cambridge/ Oxford, 1990) del sociólogo histórico norteamericano Charles Tilly es una buena muestra de cómo doscientas páginas de buena ciencia (historia) son capaces de despejar toda la niebla que miles de páginas de retórica (alrededor de la teoría y de la filosofía políticas) han contribuido a crear, en torno al Estado como figura conceptual e histórica.

Tilly, en efecto, presenta sintéticamente una explicación causal de la formación de los estados nacionales europeos (que, como es sabido, han actuado como modelo -mediante la hegemonía ideológica, pero también a través de su imposición por la fuerza- para los del resto del mundo), sobre la base de las dinámicas sociales existentes en las sociedades europeas a partir de la Edad Media: acumulación y concentración de capital, de una parte; acumulación y concentración de poder, de otra. Explica cómo los estados van surgiendo a través del esfuerzo de acumulación y de concentración, en manos de determinados grupos sociales, de la capacidad de coerción sobre los individuos (hasta convertirles -a la fuerza- en súbditos: en miembros de una comunidad política, controlada por un determinado estado). Y, al tiempo, como dicho proceso se ve condicionado por la necesidad de grandes masas de capital que el mismo implica, lo que obliga a los poseedores del poder a interactuar con los poseedores de capital. Y, en último extremo, a negociar con ellos, asumiendo tareas (aquellas que hoy consideramos, como si se tratase de algo natural, las funciones del Estado) como contraprestación a su drenaje de recursos procedentes de la sociedad (de la "sociedad civil": vale decir, ante todo de los grupos económicamente poderosos de la misma... aun cuando la progresiva implicación del común de los súbditos, a través del drenaje adicional de recursos humanos -ejércitos nacionales de masas, prestaciones personales obligatorias, etc.-, obligará a los poseedores del poder a negociar también con esa masa de súbditos, generando, colateralmente, la democratización).

Es cierto que el libro habría ganado si, además de su contenido actual, se hubiese añadido algún análisis detallado en el nivel micro, de los procesos de acumulación y concentración de capacidad de coerción y por qué ciertos grupos sociales, y no otros, fueron capaces de realizarlos. En todo caso, es notable el esfuerzo por aportar una explicación causal que prescinda -tal es su fuerza- de la cuestión de la legitimidad: esto es, de todo el esfuerzo ideológico por justificar por qué el súbdito tendría razones morales para obedecer al estado al que se encuentra sujeto. Puesto que, evidentemente, es ésta una cuestión que sólo puede surgir a posteriori: cuando el estado existe ya, ha constituido su comunidad política y ha determinado quiénes son sus súbditos, entonces hay de plantearse la pregunta acerca de qué acciones resultan más racionales -tanto desde el punto de vista moral como desde el instrumental- por parte del individuo frente a él. Pero, antes, es necesario entender (y el libro de Tilly constituye una aportación muy notable a este respecto) la forma en la que tales realidades políticas han llegado a existir.


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