Tengo la oportunidad de ver una representación de Neither, la “ópera” –por llamarla de algún modo- de Morton Feldman, sobre un texto de Samuel Beckett. Ante mí (y a pesar de la inadecuación e irrelevancia –a mi criterio, al menos- del diseño escénico del montaje), la espléndida música de Feldman se corporeiza: lo que aparentaban ser, en escuchas reiteradas, meras masas de armonías se presenta ahora dotado de forma espacial. Los flujos de una conciencia errante, encerrados en el texto de Beckett, cobran forma: sus estancias, sus armarios, sus cuartos cerrados, su geometría, su oscuridad, su plenitud, su angustia.
Todo ocurre, desde luego, en mi mente, en mi imaginación. Pero sucede, no obstante, a causa del estímulo que la música, la poesía, ocasionan en ella.
