Sucre (Bolivia), 13,30 horas. Termino mi almuerzo en un café de la Plaza 25 de Mayo. Mientras espero el postre, se acerca a la ventana -mi mesa está junto al escaparate abierto- un mendigo, de los muchos que pululan por la plaza y por la ciudad. Me pide dinero, se lo niego. Me dice, entonces: "¿Puedo coger eso?", refiriéndose a las patatas fritas que me han sobrado, que no no he comido. Le digo que sí. Rápidamente, antes de que se aperciba la camarera (que tal vez le echaría de allí), coge con los dedos todas las patatas fritas sobrantes y se apresura a guardarlas en una bolsa de plástico negro que lleva al hombro. Al irse, me da las gracias.
Hermoso mundo, en verdad, este en el que vivimos.
