Quien se aproxime a esta película esperando otro peplum más (o, lo que es muy similar, cine de temática bíblica y maneras de peplum: un ejemplo que he visto recientemente es Sodom and Gomorrah, de Robert Aldrich) se hallará -como yo me he hallado- agradablemente sorprendido. Pues, sin renunciar por completo a ciertos rasgos de estilo del género (especialmente presentes en el diseño de producción: decorados, vestuario, bailes pretendidamente "exóticos" y "sensuales", etc.), lo cierto es que la película se decanta claramente por otros caminos, bastante más sugestivos:
Así, en lo temático, el argumento (con guión original del gran Philip Dunne) se concentra en el drama de la culpabilidad del rey David ante su dios, por su falta de fe, su desesperación existencial y su soledad; y, a consecuencia de todo ello, su adulterio con Betsabé y su decisión de hacer morir al marido de ésta. Ambiente opresivo y febril este que se completa con la descomposición de la familia del rey (su primera esposa y su hijo Absalón le odian). En definitiva, un argumento religioso en el sentido fuerte -y contemporáneo- de la palabra (no en el usual, meramente anecdótico, acartonado): la pérdida de la gracia y la desesperación que ello conlleva... y su recuperación final, a manos de la benevolencia divina, antepuesta a su justicia. (¿No resuenan los temas tan caros a Ingmar Bergman y a Robert Bresson?)
Nos hallamos, pues, ante un argumento perfectamente válido para una ópera, pensaba yo ayer, mientras veía la película. No sólo por el tema, sino también por su tratamiento dramático: largas escenas dialogadas, en las que los personajes se expresan mutuamente sus sentimientos e inquietudes, dejando traslucir su desasosiego existencial, su sensación de hallarse en una jaula infranqueable; el sentimiento tráfico de la existencia, en fin, que recorre toda la historia. (Existe, por cierto, un hermoso oratorio de Arthur Honnegger, Le roi David, que presenta toda la dramática historia de este personaje bíblico en términos religiosos semejantes a los que estoy describiendo.)
Por lo demás, la narración está espléndidamente expresada por Henry King en el plano visual: dejando aparte un par de escenas palaciegas típicas del peplum, la cámara persigue y acosa a los personajes, les aisla, expresando de un modo excelente sus sentimientos y su autopercepción. Además, la iluminación, más bien sombría, acaba de perfilar el ambiente apagado que toda la película posee. (Es notable, en este sentido, e inusual en un peplum, que no exista ni una sola verdadera escena de acción en toda la película.)