Esta espléndida película de 1937, con guión de Robert Rossen y Aben Kandel presenta (un año después de Fury, de Fritz Lang, seis años antes que The Ox-Bow incident, de William A. Wellman) un caso de linchamiento (inspirado en un hecho real).
Sin embargo, desde el punto de vista temático, lo más original es el hecho de que, antes del linchamiento efectivo, tiene lugar un auténtico "linchamiento legal": a diferencia de las otras dos películas de temática similar que se acaban de mencionar, aquí no sólo es que la gente "se tome la justicia por su mano"; es que, antes, el sistema penal ha extraído de las convicciones sociales los recursos cognitivos necesarios para, a partir de endebles pruebas circunstanciales, condenar a quien parece ser inocente (Edward Norris, que resulta ser un extraño en la comunidad, que se siente como tal y que como tal es visto) por un homicidio que no ha cometido.
Lo cual, desde luego, ha de darnos más que pensar, ya que parece que ello sucederá también allí donde -como es el caso de nuestra sociedad, hoy por hoy- los linchamientos puros y duros hayan sido eliminados. En efecto: ¿cuánto de construido narrativamente y, lo que es peor, sobre la base de pre-concepciones y de prejuicios, no hay en la base de cualquier valoración de pruebas indiciarias? Tal vez sea el de la película un caso algo extremo (pero no tanto: pensemos en casos recientes en España...), pero plantea una cuestión que merece honda reflexión.
Por otra parte, desde el punto de vista narrativo, la película destaca por no ser, pese al tema tratado, particularmente efectista. Antes al contrario, lleva a cabo una descripción bastante contenida y bastante completa del ambiente social de la ciudad, de la trama de intereses, emociones y prejuicios en que se halla sumergida. Y lo más interesante es que todos los personajes, todas las situaciones, resultan perfectamente comprensibles, y hasta excusables: los hermanos de la víctima quieren vengar a su hermana, el fiscal (Claude Rains) desea medrar, los mirones se aburren, el novio de la víctima (Elisha Cook Jr.) ve una oportunidad para darse importancia, un periodista mediocre (Allyn Joslyn) cree haber hallado la noticia de su vida,... Más aún, ni siquiera estamos seguros de que el condenado sea verdaderamente inocente; tan sólo sabemos que no hay auténticas pruebas contra él.
Al cabo, todo es comprensible, pero lo cierto es que el sistema penal no funciona: condena a muerte a un inocente y, cuando el gobernador, consciente de la injusticia, conmuta la condena, algunos ciudadanos, indignados, llevan a cabo la ejecución por sí mismos, sin que nadie sea capaz de impedirlo. Y, al final, tod@s saben que el sistema no ha funcionado, quedando un poso de amargura apenas contenida (aunque, como suele ocurrir, mayor para un@s -las víctimas del sistema- que para otr@s -quienes se aprovechan de él).