Con la brillantez, tanto narrativa como visual, habitual en él, Kazan nos presenta una historia sobre la fluidez de las identidades (aquí, étnicas) y, consiguientemente, de los prejuicios (aquí, racistas): nos narra las dificultades de una mujer de sangre afroamericana, pero apariencia caucásica, para aceptar quién es (quién dicen l@s demás -imbuidas por el poder- que es).
Al cabo, la historia versa sobre el racismo, pero también sobre los dilemas de la construcción de la propia identidad: ¿renegar de lo que "se es" (lo que nos han impuesto que seamos), o intentar aceptarlo, con orgullo y reivindicación (I'm black and I'm proud, cantaba James Brown), aun si ello significa verdaderamente reafirmar las barreras establecidas? Faltan, claro está, otras dos posibilidades (obviamente, los guionistas -Philip Dunne y Dudley Nichols- no habían podido leer a Judith Butler ni a quienes sostienen la queer theory): aceptar la identidad impuesta y criticarla; o, simplemente (¿simplemente?), deconstruirla.