Editada recientemente en dvd, esta desconocida película es la única que el magnífico actor Peter Lorre pudo dirigir: realizada en Alemania y estrenada en 1951, y ambientada allí entre la guerra y la posguerra, no es extraño que recibiera un frío recibimiento de quienes estaban aún debatiéndose y/o intentando ocultar el horror del que habían sido partícipes y/o cómplices.
La película narra -en flashback- la historia del descenso a los infiernos del Dr. Karl Rothe, un científico (interpretado por el mismo Lorre) que, en plena guerra mundial, y en plena Alemania del nacionalsocialismo, viene viviendo en una extraña inocencia, en su laboratorio, con su pequeña e interesante vida dedicada a la ciencia... Hasta que el destino le alcanza, en la forma de una trama de espionaje, en la que su prometida se ve implicada. A partir de ese momento, su inocencia se ve destruida y se nos narra cómo se va imbricando más y más con el corrupto ambiente social en el que en realidad vive y se va volviendo tan monstruoso como cuantos le rodean: un asesino de mujeres, un colaborador de los nazis, un participante en conspiraciones políticas. Al cabo, una vez que la guerra ha terminado (momento en el que está ubicada la diégesis), el reconocimiento de su monstruosidad (precipitada por la reaparición de su antiguo colaborador, nazi confeso, ahora oculto entre los refugiados) le lleva a una decisión radical: matar a su compañero nazi y, finalmente, suicidarse.
Como se puede ver, la historia es notable, próxima a las versiones más amargas del cine expresionista alemán de los años veinte y treinta, o del cine negro norteamericano de los años cuarenta; muy alejada, en todo caso, de la mayor parte de las historias que se narraban en cine. Más próxima, pues, a los debates filosóficos y éticos acerca del "después de Auschwitz" que a cualquier otra cosa.
No obstante, en el plano narrativo (del guión, sobre todo), la película sufre de bastantes irregularidades en su construcción, que hacen que no acabe de ser la obra maestra que en principio apunta: no están suficientemente trabadas las diferentes secuencias, que parecen más sketches distintos que partes de una misma narración.
Sin embargo, nada se puede decir -salvo inclinar la cabeza con admiración- en contra de la puesta en escena: resulta, en efecto, en extremo valiosa la forma en la que Lorre decide colocar en cada ocasión la cámara, que nunca está en el lugar más previsible (conforme a los parámetros del "cine clásico"), ocasionando así un notable efecto de extrañamiento, muy relevante para la historia narrada. (Si hubiese, pese a todo, que oponer alguna objeción en este aspecto, yo diría que Lorre usa y abusa en exceso de su magnetismo como actor: abundan los planos de su singular rostro y de las expresiones "retorcidas" de que le dota. Un énfasis que, en realidad, resultaba innecesario.)
Una película singular, desde luego. Y muy notable, tanto en el plano temático como en el estético.