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viernes, 11 de septiembre de 2009

Public enemies (Michael Mann, 2009)


Fui a verla sin muchas expectativas: Michael Mann no es uno de mis directores favoritos, es un gran técnico, compone magistralmente imágenes y sonidos (especialmente, desde que se ha pasado a la alta definición digital), pero, a mi entender, le cuesta hallar un ritmo narrativo adecuado (clásico o no clásico, pero alguno) para sus películas... aparte de que muchas de sus historias no me parezcan nada interesantes. Si he de elegir, me quedaría con The Insider y con Collateral, aunque sin un entusiasmo apabullante.

Decía que fui a verla sin muchas expectativas, pero fui, sobre todo por las buenas críticas que había recibido de algunos de los críticos de los que me fío. Y, después de verla, mi valoración es ambivalente: como cinéfilo, sigo pensando lo mismo de Michael Mann y de su cine. La película no me parece extraordinaria: sobre el tema del gangsterismo se han hecho muchísimas, y bastantes mucho mejores que esta, desde diversos puntos de vista (reconstrucción de la época, análisis social, espíritu "noir" -sea lo que sea esto-, análisis de la dinámica interna del bandidismo,...).

¿Por qué, pese a todo, es recomendable? Primero, claro, porque es mejor que el 90% de las películas que llegan a nuestras carteleras (lo cual, lo comprendo, no es mucho decir). Segundo, como apuntaba, por la maestría de Mann en la parte visual y sonora (no tanto en la narrativa).

Y, por fin, por razones muy personales: a mí me aportó un ángulo nuevo acerca de esta vieja y conocida historia; ángulo que, para mí, es extremadamente interesante. Me explico: en mi opinión, uno de los grandes fallos de la película es un cierto maniqueísmo. Cuesta creer que John Dillinger tuviese tanto encanto como Johnny Depp (como siempre, espléndido), que más parece Lord Byron que un gangster de la era de la depresión. Y esta presentación un tanto romantizada del bandido se complementa con una presentación muy dura de las "fuerzas del orden", que aparecen siempre entre la absoluta estulticia y la brutalidad.

Pues bien, resultándome increíble lo primero (el romanticismo de Dillinger), sí que, sin embargo, lo segundo me resultó interesante, como penalista: no, desde luego, porque la policía sea siempre tan estúpida ni tan brutal, sino porque la película hace, así, hincapié en un aspecto no siempre muy tratado, como es el de la "caza del hombre" (Alejandro G. Calvo, el crítico de Dirigido por..., lo resume muy bien: su crítica se titula El asesinato de John H. Dillinger). Es decir: cómo una estructura institucional pasa -y pisa- por encima de muchas cosas cuando tiene un objetivo muy concreto al que cualquier otra consideración ha de ser sacrificada. Esto, que es propio de las instituciones (y de la policía), queda muy bien reflejado en la película. Y es que en ella, aunque uno no sienta especial simpatía por el gangster, quien de verdad le da miedo es la policía, tan ciega está en el "cumplimiento de su deber". Esto debe ser la "banalidad del mal", de que hablaba Hannah Arendt... Y esto es lo que nos debe hacer huir de las instituciones con una misión y apostar más bien por instituciones que sean diseñadas conforme a criterios de -por decirlo, otra vez, à la Rawls- "equilibrio reflexivo": equilibrando diversos objetivos y valores, no dejándose absorber por uno solo.




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