Acabo de leer y recomiendo hoy este clásico del anticlericalismo, que sigue siendo muy disfrutable y -por desgracia- aún relevante: conviene conocer, frente a los intentos de maquillar su imagen, lo que han sido (y, en buena medida, siguen siendo) en la práctica, más allá de su retórica, las instituciones religiosas.
"Dios, que creó al hombre sociable, ¿aprueba que se encierre? (...) Esos votos, que chocan contra la inclinación natural de la naturaleza, ¿acaso no pueden ser observados más que por un puñado de criaturas mal organizadas, en quienes el germen de la pasión se ha marchitado, y que de buena gana se las clasificaría entre los monstruos, si nuestro entendimiento nos permitiera conocer con tanta facilidad y tanta exactitud la estructura interna del hombre como conocemos la externa? (...) ¿Dónde el hombre, al no considerarse a sí mismo más que como un ser instantáneo y pasajero, trata las más preciosas relaciones de este mundo sin cuidado ninguno, como un viajero trata los objetos que encuentra a su paso? ¿Dónde reside la servidumbre y el despotismo? ¿Dónde están esos rencores que jamás se apagan? ¿Y las pasiones incubadas en silencio? ¿Cuál es la morada de la crueldad y la indiscreción?"