Desde mi punto de vista, el libro que comento (Universidad Pontificia de Comillas, 2016) resulta, al mismo tiempo, altamente recomendable, pero asimismo también merece que se hagan las más cuidadosas advertencias al lector que se acerque a él. Me explico:
Me parece, en efecto, que el libro tiene un valor indudable: al recopilar en un mismo volumen (amplio, sí, pero manejable) una infinitud de cuestiones relevantes en torno a las características de la especie y de los individuos humanos, conduce al/la lector(a) a adquirir una visión de conjunto muy valiosa, allí donde usualmente aun el más interesado suele quedarse en cuestiones sectoriales. Así, en este libro se abordan temas que van desde la corporeidad del ser humano hasta el génesis de la especie, desde la evolución embriológica del feto hasta el desarrollo psíquico durante la infancia, desde la sexualidad hasta el género, desde la socialidad y la capacidad lingüística, simbólica y de transmisión cultural de nuestra especia, hasta nuestro sentido de la temporalidad, nuestra capacidad para marcarnos objetivos, para perseguirlos, esperarlos y sufrir al fracasar en su búsqueda; desde, en fin, el problema de la relación mente-cuerpo hasta la propensión humana a creer en seres trascendentes o en universos imaginarios y/o mágicos.
Este valor de la obra como visión general de todas las características diferenciales y problemáticas de la especie y del individuo humanos se ve reforzada por haberse basado el autor de forma explícita y constante en los últimos desarrollos científicos en cada una de las materias: paleoantropología, embriología, ciencia cognitiva, filosofía de la mente, teoría feminista, filosofía de la religión, lingüística, antropología física, antropología cultural, etc. De manera que, siquiera sea de manera resumida, el/la lector(a) tendrá acceso a un amplio y bastante completo panorama del estado actual del conocimiento científico acerca del ser humano. En este sentido, el libro es, por lo tanto, un muy buen instrumento de divulgación y de conocimiento.
Hasta aquí, el valor de la obra. La crítica de la misma surge, sin embargo, cuando el libro pasa a ser examinado -como el autor pretende- como una pieza de reflexión filosófica. Pues, desde este punto de vista, resulta imposible -para a mí, cuando menos- dejar de observar el modo en el que Carlos Beorlegui-pensador (católico) se retuerce intelectualmente, en piruetas muchas veces inverosímiles, para intentar ahormar el conocimiento científico acerca del individuo y de la especie que Carlos Beorlegui-divulgador ha expuesto, a las necesidades de una doctrina pre-determinada por sus creencias previas: claro está, la de la teología católica.
De manera que, mientras que el libro es muy recomendable como recopilación de información, en cambio, en tanto que discurso filosófico, resulta (me resulta) profundamente decepcionante. Puesto que hay demasiados pasos en la argumentación en las que este lector se encuentra deseando advertirle al autor: "¡No me hagas trampas! Los conocimientos obtenidos por la ciencia, que tú acabas de exponer tan bien (por más que de manera sintetizada), observados a la luz del principio de parsimonia ontológica, de ningún modo conducen lógicamente a conclusiones como las que tú propones, sino más bien a las contrarias. De hecho, parecería -estoy convencido de ello- de que, en último extremo, aquello que centra tu esfuerzo como filósofo en esta obra es en intentar convencernos de que algunas salvedades, ambigüedades o posibilidades (por remotas que sean) permiten conciliar la ciencia con tus creencias. Pero, claro, si esto es así (y, sin duda, no hay prueba lógica de incompatibilidad), también lo es que, entonces, el conocimiento científico es compatible con otras muchas creencias diversas, tan o más fantásticas que las tuyas... Y eso, amigo mí, ya no es filosofía, sino ideología."
Objeciones como la acabada de exponer se la haría yo a Carlos Beorlegui-pensador (no al divulgador), respecto de su argumentación en el libro, en temas tales como: la relación mente-cuerpo, la libertad de acción del hombre, la psicología moral, la mortalidad, la apertura humana a la trascendencia, el sentido de la existencia humana, el problema del mal, el sentido de la historicidad, la naturaleza teleológica del pensamiento humano,...
En todos estos temas, parecería que los conocimientos científicos actuales hacen más verosímil una versión atea (es decir: que prescinda de incorporar a su ontología entes tan problemáticos como un sujeto divino extramundano) de la realidad humana (y extrahumana) que una teísta; y asimismo, preferiblemente una concepción puramente naturalista (y, en último extremo, materialista) de todas las manifestaciones del comportamiento humano que otra más ecléctica (que permita dar entrada, de una u otra forma, a explicaciones no puramente físicas de dicho comportamiento). Ello es, creo, indudable. Y, por eso, a pesar de comprender la necesidad íntima que una persona puede tener de intentar razonar sus creencias, para quienes no estamos comprometidos con la comunidad de creencias a la que el autor pertenece, tal esfuerzo nos parecerá siempre (comprensible, sí, pero) intelectualmente irrelevante.
Así, al acabar de leer la Antropología filosófica de Carlos Beorlegui, echamos de menos, y nos preguntamos cómo habría de ser, una teoría integral -como esta, aunque fallida, se pretende- acerca de la especie y del individuo humanos que, basándose igualmente en los amplios conocimientos científicos ya existentes al respecto, aplicase estrictamente también el principio de parsimonia ontológica. Cómo sería, en fin, una antropología filosófica completa y radicalmente naturalista, a la altura de los tiempos (y de nuestros conocimientos actuales).