Alejandro González Iñárritu vuelve, en Birdman, a poner ante nosotr@s un espléndido ejercicio de alarde formal que, sin embargo, apenas proporciona contenido alguno. Y, pese a todo, al haber optado por enmarcar esta narración dentro del género de la comedia (un género que depende en muy buena medida -acaso más que ningún otro- de la idoneidad de las manipulaciones estructurales y formales a las que la trama es sometida), el resultado final es plenamente disfrutable, desde el punto de vista estético. Bien que, no obstante, completamente vacuo en términos temáticos.
En efecto, Birdman trata, en este último aspecto, acerca de temas tan manidos como los de las obsesiones de los actores, lo accidentado que resulta montar una obra teatral y la dialéctica entre arte y espectáculo (e industria cultural) que poseen el cine y el teatro. Temas abordados una y mil veces en obras teatrales y películas. (Que, además, casi siempre -Opening night, de John Cassavetes, sería una de las raras excepciones a la regla- poseen un incómodo componente de autocomplaciente exhibicionismo, más bien superficial.) Temas que, por lo demás, casi siempre han sido abordados igualmente desde una perspectiva (más o menos abiertamente) cómica. Nada muy relevante, por ello, seremos capaces de extraer de una película como ésta, por lo que hace al tema tratado.
En cambio, desde una perspectiva formal, González Iñárritu vuelve a demostrarnos su capacidad y dominio para crear formas audiovisuales extraordinariamente atractivas. Aquí, el recurso formal dominante es el del (falso) plano-secuencia, interminable, que va moviéndose por los espacios del drama y siguiendo a los personajes, siempre imparable. Este recurso formal proporciona un extremado dinamismo a la narración y, al tiempo, crea una suerte de relato fragmentado, en el que se muestran de manera entrecortada algunas, seleccionadas, vicisitudes de los personajes.
Vicisitudes que, casi todas ellas, resultan cómicas, de algún modo: más o menos oscuro, más o menos fantástico, más o menos ridículo. Y es que no es una de las menores virtudes estéticas de Birdman la de su constante apertura -nunca realmente consumada- hacia otros géneros, que podríamos calificar, aquí, de "concomitantes" (por cuanto que aparecen al tiempo que la vis comica de la historia en todo momento se mantiene), mediante abundantes fugas y digresiones.
Una comedia, pues, trufada de impureza. Tópica y banal, desde el punto de vista temático. Brillante en términos visuales. Y, en definitiva, repleta de enseñanzas (estéticas, formales).
En efecto, Birdman trata, en este último aspecto, acerca de temas tan manidos como los de las obsesiones de los actores, lo accidentado que resulta montar una obra teatral y la dialéctica entre arte y espectáculo (e industria cultural) que poseen el cine y el teatro. Temas abordados una y mil veces en obras teatrales y películas. (Que, además, casi siempre -Opening night, de John Cassavetes, sería una de las raras excepciones a la regla- poseen un incómodo componente de autocomplaciente exhibicionismo, más bien superficial.) Temas que, por lo demás, casi siempre han sido abordados igualmente desde una perspectiva (más o menos abiertamente) cómica. Nada muy relevante, por ello, seremos capaces de extraer de una película como ésta, por lo que hace al tema tratado.
En cambio, desde una perspectiva formal, González Iñárritu vuelve a demostrarnos su capacidad y dominio para crear formas audiovisuales extraordinariamente atractivas. Aquí, el recurso formal dominante es el del (falso) plano-secuencia, interminable, que va moviéndose por los espacios del drama y siguiendo a los personajes, siempre imparable. Este recurso formal proporciona un extremado dinamismo a la narración y, al tiempo, crea una suerte de relato fragmentado, en el que se muestran de manera entrecortada algunas, seleccionadas, vicisitudes de los personajes.
Vicisitudes que, casi todas ellas, resultan cómicas, de algún modo: más o menos oscuro, más o menos fantástico, más o menos ridículo. Y es que no es una de las menores virtudes estéticas de Birdman la de su constante apertura -nunca realmente consumada- hacia otros géneros, que podríamos calificar, aquí, de "concomitantes" (por cuanto que aparecen al tiempo que la vis comica de la historia en todo momento se mantiene), mediante abundantes fugas y digresiones.
Una comedia, pues, trufada de impureza. Tópica y banal, desde el punto de vista temático. Brillante en términos visuales. Y, en definitiva, repleta de enseñanzas (estéticas, formales).